Zaragoza, ciudad de lecturas

'Una ciudad de lecturas'
'Una ciudad de lecturas'
F.P.

Zaragoza es ciudad de lecturas. José Martí residió en Zaragoza entre 1873 y 1874, y colaboró en el ‘Diario de Avisos’ de Calisto Ariño. 

Aquí leyó, entre otros, a Marcos Zapata (el poeta y dramaturgo de Ainzón), a Eusebio Blasco y a Jerónimo Borao, cuyas ‘Poesías’ había publicado el propio Ariño en 1869. También por esos años Santiago Ramón y Cajal, estudiante entonces de Medicina en Zaragoza, leía a Lista, a Bécquer, a Zorrilla y, sobre todo, a Espronceda. También leyó Cajal las novelas científicas de Julio Verne: ‘Cinco semanas en globo’, ‘De la tierra a la luna’ y ‘La vuelta al mundo en ochenta días’, y libros de filosofía (que no siempre entendía, según confesó en ‘Mi infancia y juventud’) de Berkeley, Hume, Fichte, Kant y Balmes. Unos pocos años más tarde, en el curso 1882-83, Clarín llegó como catedrático de Economía Política y Estadística a la Universidad de Zaragoza, y en nuestra ciudad leyó la ‘Historia de Zaragoza’, de Cosme Blasco, y libros de Balzac, Menéndez Pelayo, Pereda, Campoamor o Alarcón.

Virginia Woolf leía ‘Crimen y castigo’ cuando estuvo en Zaragoza. Se había casado con Leonard Woolf en agosto de 1912 y, durante su viaje de novios, recaló en nuestra ciudad. Supe de esa visita de los Woolf a Zaragoza por la escritora Ana María Navales, tan conocedora del Grupo de Bloomsbury. Con mi amigo Félix Romeo nos divertíamos fantaseando sobre si la escritora habría hecho el amor en Zaragoza. Desde nuestra ciudad Virginia Woolf envió una carta a su amiga Katherine Laird Cox, en la que le describía la habitación del hotel donde se hospedaba y le hacía un listado de los libros que estaba leyendo esos días, incluido ‘Crimen y castigo’, de Dostoievski.

Escritores y otros personajes nos han dejado de diversas maneras el testimonio de los libros que leyeron mientras visitaban nuestra ciudad o residían en ella

Luis Buñuel disfrutó en Zaragoza con ‘Los hijos del capitán Grant’, de Julio Verne. Fue cinco o seis veces a ver la opereta inspirada en aquella novela, y le impresionaba la caída del gran cóndor sobre el escenario. Era por entonces poco más que un niño. Cuando pasó de los jesuitas al instituto para terminar el bachillerato, un amigo le prestó una colección de libros de filosofía, historia y literatura, unos libros de los que en el colegio del Salvador desde luego no le habían hablado, y leyó entonces a Spencer, a Rousseau y a Marx, aunque el libro que le deslumbró fue ‘El origen de las especies’, de Darwin. Tenía entonces 17 años y estaba a punto de marcharse a Madrid, a la Residencia de Estudiantes.

Cuando Ramón J. Sender vivió en Zaragoza, su familia cambió de residencia varias veces: de la calle Don Juan de Aragón pasaron a Prudencio, y más tarde al Coso Alto, junto a la Audiencia, a una casa vieja e incómoda que tenía dos grandes habitaciones a la calle. En esta última casa se guardaban los restos de una antigua biblioteca, y entre ellos una colección encuadernada de la revista ‘Museo de las Familias’, con buenos artículos y grabados que Sender consultó mucho. También leyó allí el Quijote de Avellaneda, que le despertó sensaciones encontradas: por una parte, le molestaba que pudiera ser un aragonés quien presentara a un don Quijote sin grandeza alguna, cuando el personaje de Cervantes era por el contrario un loco tierno y brillante; pero por otra le gustaba que las justas en las que participaba don Quijote hubieran tenido lugar allí mismo, frente a su casa, donde comenzaba el Coso.

La lista podría ser muy larga, pero vayan aquí algunos ejemplos destacados

El catedrático y académico Francisco Rico, tal vez hoy el mayor estudioso del Quijote, leyó por primera vez el libro en Zaragoza hacia 1956. Cuando tenía 14 o 15 años viajó hasta aquí con su abuelo y se trajo en la maleta el Quijote de la editorial Sopena que le había regalado la cocinera de casa. En una habitación del Gran Hotel, y a lo largo de la semana que duró su estancia entre nosotros, Rico leyó la novela. "Puedo hasta decir el número de habitación y los días exactos, porque guardo la tarjeta del hotel dentro del ejemplar que leí", le confesó a Antón Castro en 2005.

Fernando Aramburu, el autor de ‘Patria’, vivió entre nosotros, pues vino a estudiar a Zaragoza. Aquí se enamoró de una joven estudiante alemana y la siguió hasta Alemania, donde se casó y reside desde entonces. En la Zaragoza de los primeros 80 Aramburu leyó a Calvino, Onetti, García Márquez… y se sintió especialmente fascinado por la ‘Historia verdadera de la conquista de la Nueva España’, de Bernal Díaz del Castillo.

Y así podríamos seguir ‘ad infinitum’, porque Zaragoza, lo hemos dicho ya, es ciudad de muchas y singulares lecturas.

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