Por
  • Isabel Soria

Recuerdos

Ofrenda de Flores a la Virgen del Pilar en Zaragoza en una foto de archivo.
'Recuerdos'
Oliver Duch

Ana Belén no recordaba nada, sólo y de forma constante lo que había hecho cuando era una niña. 

Cuando iba por el río con sus dos hermanos mayores y pescaban cangrejos y peces, cuando repasaba el abecedario en la escuela de niñas y cuando se celebraban las fiestas en su pueblo, cuya patrona también era la Virgen del Pilar.

En los años cincuenta la familia se trasladó a Zaragoza, pues había trabajo y los hijos ya crecidos podrían estudiar y colocarse más fácilmente, como así fue. Sus hermanos se formaron para torneros y ella, para modista. Como vendieron la casa, las tierras, los olivos y todo lo que tenían para iniciar una nueva vida en Zaragoza perdieron el arraigo que tenían. Y como era complicado ir por las fiestas fueron de los primeros que se apuntaron a la ofrenda de flores allá por 1958. Si los zaragozanos dejaban flores ante su patrona, ellos también lo harían por otra virgen del Pilar, la de su pueblo. Y, aunque en nada se parecía la Calle Alfonso al camino de la ermita que era muy empinado, a ellos les parecía que sí. Y cuando llegaron a la plaza del Pilar y dejaron las flores, la familia pensó que lo hacían entrando en la vieja ermita, destartalada y desconchada. Y desde entonces no faltaron a la cita, pues era como si volvieran a estar en el pueblo.

Muy mayor, impedida y con demencia, Ana Belén hace años que no va a la ofrenda, pero la ve desde su ventana. Desde su habitación se divisa la calle Alfonso aunque para ella es el camino a la ermita de su niñez, que sigue muy empinado. Y la de abajo, la Virgen del Pilar de su pueblo, que ha llegado a Zaragoza. 

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