Por
  • Ana Alcolea

Don Quijote y el volcán

Volcano continues to erupt on Spain's island of La Palma
Volcán de La Palma
JUAN MEDINA

Me fascinan los volcanes como a Alonso Quijano las novelas de caballería. El poder incógnito de la tierra, la belleza de las rocas incandescentes disparadas cual enhiesto surtidor que acongoja al cielo con su lanza, por parafrasear a Gerardo Diego, el rugido que hace temblar el suelo… He paseado por los cráteres del Etna y he contemplado su humo diario desde el teatro griego de Taormina como si fuera el mejor telón de fondo de una escenografía eterna; me he bañado en las aguas sulfurosas de Vulcano; he subido a la cima del Vesubio después de visitar las ruinas de Pompeya; he visto la lava que escupe el Stromboli cada poco rato: de día solo humo, de noche, una llama que rompe el cielo estrellado; he caminado por las calderas de Lanzarote y por las cañadas del Teide, y he pensado que así debía de ser la Tierra apenas fue creada por los dioses. Como el monje, o como el paseante de Friedrich, he contemplado la inmensidad; y me la he traído a casa en forma de rocas porosas: rojas del Etna, grises oscuras del Vesubio, redondeadas por el mar en Stromboli. Pero el volcán no solo es una aventura estética, literaria y geológica. El volcán es destrucción, es dolor y es muerte. Cuando engulle casas en la pantalla nos acurrucamos en el sofá, junto a las piedras volcánicas que se alternan en las estanterías con los libros de arte. Como don Quijote en el puerto de Barcelona, cuando se alejó para no ver la cara real de la muerte y seguir creyendo en sus ficciones. Aunque solo fuera un poco más.

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