Por
  • Alberto Díaz Rueda

No me da la vida

'No me da la vida'
'No me da la vida'
Pixabay

Ha sido en Aragón donde lo escuché por primera vez hace doce años y desde entonces lo he oído a menudo. 

Suele utilizarse como excusa para justificar dilaciones en hacer algo, declaraciones de agobio (de un ‘inocente’ trabajador que trata de sacarse todo lo que puede de encima) y de sustitutivo coloquial del ‘vuelva usted mañana’ o ‘se ha equivocado de ventanilla’ que denunciaba con su gracejo habitual el bueno de Larra. En un somero análisis semiótico de la frase uno se plantea qué es lo que la vida no le da al sujeto. ¿Tiempo? ¿Energía? ¿Conocimientos? Podría ilustrar el compendio de cierta perplejidad política española, el corolario o consecuencia de tantos siglos de inanidad cívica reiterativa. La vida no da tiempo o energía a algunos políticos y personas de cierto poder para hacer lo que tendrían que hacer. Y es más, hacerlo de forma correcta y eficiente, en lugar de las habituales chapuzas.

A muchísimos políticos repartidos por España y ‘sus’ comunidades ‘no les da la vida’ para hacer lo que es justo, correcto, urgente y necesario hacer. Ya sea en la díscola y desorientada Cataluña; en cuestión de vacunas; en torno a la educación y los valores cívicos; alrededor de una parte de la juventud que está inmotivada, escasa de futuro y solo vibra en quedadas y botellones; refiriéndose a los Madriles y su sultana contestataria; con respecto al mundo sanitario, el universitario y el empresarial; sin olvidar los interrogantes que plantea la energía y sus precios, las contaminaciones y el cambio climático, la próxima escasez de agua, la inestabilidad política internacional y la eclosión de fascismos, racismos, sexismos y totalitarismos por los alrededores.

Realmente ni a la política, ni a los políticos, ni a la economía, ni a nosotros todos, sus eventuales víctimas conjuntas, ‘nos da la vida’ otra cosa que temores y angustias hilvanados con inseguridad y cierta violencia ambiente cada vez más notoria.

Pero eso no es del todo cierto, quizá porque no lo estamos viendo desde la perspectiva adecuada. La ‘vida’ no es responsable de la falta de eficacia, laboriosidad y honestidad de los dirigentes del ciudadano medio y tampoco de que tales deficiencias se propaguen como un virus al resto de la sociedad. Detrás de cada ‘no me da la vida’ puede haber un farsante aprovechado o un inocente pícaro o un pícaro nada inocente. Es alguien que se escuda tras la frase para que no le pidas un esfuerzo supletorio. Los trabajadores, operarios, funcionarios, profesionales serios y conscientes no suelen emplear esa frase o lo hacen como fórmula coloquial. ¿Casualidad o síntoma? En realidad no abundan tanto los que ‘no les da la vida’.

Vivir no es solo una cuestión ética sino una estrategia. La vida libera, en función de la situación que aparece, una forma de obrar. Se trata de ser consciente del presente y no aplazarlo, sino dejarlo que nos muestre sus frutos y obrar en consecuencia. Decía Sócrates que la vida es "un tonel que pierde sin cesar por algún agujero el líquido que vamos echándole sin cesar para llenarlo". Nunca quedará colmado el tonel. Por tanto hemos de trabajar por el ‘entretanto’ porque cuando nuestro tonel está lleno del todo, estamos muertos. Ya que la metáfora de la vida, nos dice Pascal, es que no soportamos por mucho tiempo el reposo que nos da la satisfacción de llenar el tonel, siempre necesitamos un nuevo objeto de deseo y desvelo. Y asegura que por nuestra corrompida naturaleza solo podemos vivir en la zozobra. Lo que importa es el ‘entre’ de la acción al objetivo. Vivimos en el oxímoron de una saciedad insaciable.

Por tanto el secreto quizá esté en que el ‘no me da la vida’ debe ser reformulado en un ‘la vida me da’… tiempo, circunstancias, energía, posibilidades de cambio. Una manera de esquivar la zozobra a la que nos condena Pascal. No parar de desear, actuar, crecer y dirigirnos hacia una excelencia que nos depara posibilidad de servicio, ayuda a los otros, mejoras conjuntas, freno a las calamidades o encauzamiento de las que vengan.

El pasotismo negativo y falaz del ‘no me da la vida’ hace más grandes los agujeros del tonel y menos eficaz nuestros aportes de líquido vital. Es una medida de salud global. Desterrar esa frase al museo de los horrores y comenzar al nivel humilde pero necesario del individuo: ese arremangarse la camisa y poner manos a la obra. Todo lo que ocurre, y más lo que puede llegar a ocurrir, nos concierne. Somos parte de ello. Por tanto, ‘sí nos da la vida’. La alternativa de vivir lo mejor y más solidariamente posible. No somos islas.

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