Por
  • José Tudela Aranda

Falsas sensaciones

La pandemia lleva a restringir el contacto directo entre las personas.
'Falsas sensaciones'
Alejandro Martínez Vélez / Europa Press

El fútbol es un estado de ánimo, describió con acierto Jorge Valdano. 

Se podría añadir que casi todo en la vida es cuestión de estado de ánimo. También decimos que la economía depende en buena medida del optimismo o pesimismo con el que los ciudadanos afrontan una coyuntura determinada. Y cualquiera de nosotros sabemos lo determinante que puede ser ese ánimo para abordar los retos cotidianos. Siempre leemos la realidad de manera condicionada por nuestro ánimo. Una afirmación que solo puede ser matizada por el hecho inobjetable de que ese ánimo es, a su vez, modulado por la realidad. Modulado, sí, pero no estrictamente condicionado. En muchas ocasiones, nuestro ánimo no es coherente con los datos que le ofrece la coyuntura social o personal que le rodea. ¿Quién no ha sido pesimista cuando todo invitaba a lo contrario? Y al revés: ¿quién no ha sido alguna vez optimista cuando todo parecía empeñado en desmentirlo? Sirva esta introducción para adentrarse en una circunstancia que exige de un profundo análisis y respuesta desde la psicología social. Como es lógico, me refiero al devenir de la pandemia.

Es preciso frenar el optimismo. La pandemia sigue viva, golpeando la salud individual
de muchos ciudadanos y
al sistema colectivo de salud

Principios de septiembre de 2021. Dieciocho meses después de iniciarse oficialmente este desventurado ciclo. Con la satisfacción de haber alcanzado el hito de tener a más del setenta por ciento de la población con las dos dosis de vacunas correspondiente. Unas vacunas descubiertas en un tiempo históricamente breve y que, además, demostraron en los ensayos tener una eficacia muy elevada. En lo que parece lógica consecuencia, un estado de ánimo colectivo de optimismo generalizado. Sensación de que la epidemia ha sido controlada y de que poco grave puede ya pasar. Nos quitamos la mascarilla, el público regresa al fútbol con un sesenta por ciento del aforo; se vuelve a percibir la alegría de la normalidad, con el redoble del refuerzo de los meses perdidos. Sin duda, es posible matizar, incluso objetar estas palabras. Las autoridades mantienen restricciones; muchos ciudadanos seguimos llevando mascarilla donde no sería obligatorio; y no pocos advierten contra la euforia. Pero, creo, no llegan a desmentir la mayor. domina la sensación de que la covid-19 es ya una realidad marginal.

En una situación semejante es obligado acercarse a los datos. No es una costumbre tan extendida como debiera. En una circunstancia como la epidemia, las estadísticas reflejan hechos que pueden ser interpretados pero no eludidos. Y las cifras que recogen lo sucedido durante los meses de julio y agosto son contundentes. Han fallecido a causa de la covid-19 hasta cuatro veces más personas que en el mismo periodo del año pasado (en concreto, durante los últimos siete días de agosto de 2020 fallecieron 159 personas; en el mismo periodo de este año, 360) y lo mismo sucede con el número de infectados e ingresados en ucis. Es obvio recordar que el año pasado por estas fechas no había un solo ciudadano vacunado. Así, es obligado realizar algunas reflexiones.

Los datos de este verano son contundentes: hasta cuatro veces más fallecidos que en el mismo periodo de 2020

La covid-19 mantiene su fortaleza. Sin duda, la vacunación ha evitado contagios y, sobre todo, numerosos enfermos graves y fallecidos. Pero a pesar ello, el coronavirus ha sido capaz de eludir barreras y seguir golpeando. A estos efectos no es relevante que la causa sea una variante u otra. Lo importante es que sigue vivo golpeando la salud individual de muchos ciudadanos y al sistema colectivo de salud. En consecuencia, la segunda reflexión es obvia. Es preciso frenar el optimismo. Todos estamos cansados y nuestra salud psicológica necesita respirar. Por ello, es comprensible y necesario que abramos puertas y ventanas y miremos al inmediato futuro de manera distinta. Pero es imperiosamente preciso hacerlo de forma matizada por la prudencia. Se impone un equilibrio entre la inyección de vida y energía necesaria y las precauciones que todavía son estrictamente necesarias. Finalmente, por no alargar la secuencia, hay que subrayar la importancia de conocer las razones de unas cifras tan paradójicas. Un porcentaje de población vacunado que nos debería acercar a la anhelada inmunidad de grupo y, sin embargo, muchos más fallecidos y contagiados. No tengo duda de que se están estudiando las causas. Pero no solo es necesario estudiarlas. Hay que informar a la opinión pública; llamar la atención sobre la contradicción; y transmitir todos aquellos datos que puedan ser de utilidad para lograr un adecuado comportamiento social.

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