Por
  • Cristina Grande

Terraplenes

El pelotón de la Vuelta Ciclista a España, entre las localidades de Belmez (Córdoba) y Villanueva de la Serena (Badajoz)
El pelotón de la Vuelta Ciclista a España, entre las localidades de Belmez (Córdoba) y Villanueva de la Serena (Badajoz)
Manuel Bruque / EFE

Se ha hecho muy largo este mes de agostos, al menos a mí, y no sabría decir por qué. Tal vez me da un poco de miedo el comienzo de curso con sus exigencias. A veces prefieres no despertar aun cuando los sueños sean desagradables. Me quedo dormida en el sofá mientras los ciclistas, agotados, se rinden a las exigencias del pelotón. El pelotón manda. La Vuelta Ciclista a España nunca defrauda, y menos en pleno mes de agosto. Todo está fuera de lugar y todos un poco enloquecidos. Alejandro Valverde se cayó en una curva ante mis ojos. Pensaba yo que con mi fuerza mental contrarrestaría la fuerza centrífuga que lo iba a sacar de la carretera. Como era el más viejo de la competición me identificaba con él, con su osadía, con su irreverencia, con esa suerte de romanticismo antiguo que no escucha a nadie por un pinganillo. Solo escuchaba a su corazón y se fue al terraplén. Y yo abandoné con él. Ahora ya solo me interesan esos paisajes con castillos desmochados que se ven desde el aire. Me duermo en las siguientes etapas cuando faltan veinte o treinta kilómetros para el final. Tengo horribles pesadillas en esos últimos kilómetros. Afganistán me causa un dolor que no sé manifestar ni verbalizar. Me repite el pepino del gazpacho y tengo ganas de llorar dentro de mis pesadillas. Me froto los ojos cuando la etapa está terminando. La tentación de encastillarse pasa por mi cabeza demasiado a menudo. Desde mi ventana observo la torre desmochada de un castillo que vivió tiempos mejores. Llaman al timbre mis amigos y me olvido de castillos y terraplenes.

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