Redactor de HERALDO DE ARAGÓN en la sección de Deportes

Pareidolias

Las caras de Belmez dieron mucho que hablar.
Las caras de Belmez dieron mucho que hablar.
José Pedrosa / Efe

En vetas de mármol, en lonchas de jamón, en tostadas requemadas, en el gotelé, en los posos del café, en la moqueta de la redacción, en el fondo de la aceitera, en una piña debajo del mar... 

He visto rostros en mil y un sitios. Más allá de Orión. Incluso por encima de mis posibilidades. El sentido de la pareidolia lo tengo muy desarrollado y por eso me parece injustísimo que casi hayamos pasado por alto el aniversario de lo que se considera «el cénit de la paranormalidad ibérica» y una suerte de «Roswell cañí».

Fue en el verano de 1971, hace ahora justo medio siglo, cuando María Gómez Cámara comenzó a ver rostros en las manchas de humedad de su cocina en Bélmez de la Moraleda. De inmediato, un torbellino de médiums y parapsicólogos aseguraron reconocer en aquella mancha la faz de una talla quemada en la guerra y, claro, en la España rural supersticiosa se armó un lío de mil pares de narices (aunque sobre el cemento solo emergieran tres o cuatro).

Debo ser fácilmente impresionable porque desde que descubrí la historia de las caras de Bélmez, estas me persiguen y las veo por todos lados. ¿Una prueba? Acabo de poner una lavadora y les aseguro que los calcetines girando en el bombo me han confeccionado la mismica estampa de Melania Trump. ¡Ay, que gira hacia el otro lado! ¡Ahora se me aparece Enrique de Vicente! Aquellas caras de Bélmez originales eran un fraude y tenían más y peores retoques que el Ecce Homo de Cecilia. Cincuenta años después, los rostros de cemento armado siguen causando sensación, pero ya no se aparecen en los suelos de humildes cocinas sino en los informativos diarios.

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