Por
  • Ana Alcolea

Obsolescencia

Nuestro apéndice tecnológico también puede dejar de funcionar.
Nuestro apéndice tecnológico también puede dejar de funcionar.
Jon Rodríguez Bilbao / Efe

Casi todo está programado para caducar. 

Siempre lo hemos sabido. Por eso no nos extraña que se estropee la lavadora a pesar de haberla usado con mimo. Tampoco nos parece raro que nuestro dispositivo móvil, ese con el que hacemos fotos, llamamos por teléfono, nos comunicamos con el resto del mundo y en el que archivamos nuestra agenda y nuestra vida, dé bocanadas cual pez fuera del agua, y acabe por apagarse. Cuando esto ocurre sufrimos una especie de duelo y no sabemos qué hacer. Nos parece que hemos perdido parte de nuestra vida, y que nada ni nadie podrá sustituir a todo lo que guarda ese instrumento plano, rectangular, suave y generalmente oscuro. Pero cuando esto ocurre y sobrevivimos a la obsolescencia programada del apéndice tecnológico de nuestros dedos, nos damos cuenta de que dormimos mejor y de que tenemos más cerca el ‘aquí y ahora’ de los sabios maestros del zen. El duelo por el móvil, como otros duelos, nos hace más presente el presente. Porque nosotros también somos obsolescentes, estamos programados para caducar, aunque vivimos como si fuéramos inmortales cual olímpicos dioses. Y, peor aún, leemos una y otra vez las mismas noticias, presentadas en bucle por los medios año tras año, mes tras mes, semana tras semana: especialmente las de algunos juicios y algunas corrupciones, que duran más en la prensa que cualquier lavadora. Pido y ruego la obsolescencia mediática de algunos personajes. No nos den la lata con titulares que hace tiempo que dejaron de ser noticias.

Ana alcolea es escritora y coordinadora del proyecto ‘Mis abrazos perdidos’

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