Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

La llamada de la calle

El portavoz de Unidas Podemos en el Congreso, Pablo Echenique.
El portavoz de Unidas Podemos en el Congreso, Pablo Echenique.
Mariscal / Efe

La ocupación de los espacios públicos ha sido siempre característica de las culturas mediterráneas: ágoras, foros, plazas... encuentros en espacios exteriores frente a los de nuestros vecinos del norte, más bien domésticos. 

Grupos sociales más abiertos a encuentros imprevistos, frente a grupos restringidos mediante invitación.

En los últimos meses esta ‘calle’ se ha reforzado como escenario de nuestra actividad social. Es una compensación natural al duro confinamiento físico de la primavera de 2020, y al más duro y profundo confinamiento moral que hemos desarrollado y asumido como secuela.

Si el leal y domesticado Buck creado por Jack London sintió la llamada de su lado salvaje, nosotros, encerrados también contra nuestra naturaleza, sentimos la llamada de la calle, y la seguimos.

Con este fondo común de ocupación del espacio viario encontramos sin embargo dos enfoques contrapuestos. Por una parte, la llamada explícita del doctor Echenique a la batalla callejera, por otra, la que podemos denominar ocupación espontánea de terrazas y espacios exteriores de convivencia.

El diputado portavoz ha anunciado su propósito de dar la batalla en la calle concluyendo que «quien quiera seguirnos que nos siga». Es inevitable que su proclama nos recuerde a aquel «la calle es mía» de 1976 atribuido -parece que espuriamente- a Manuel Fraga, entonces ministro de la Gobernación; también evoca al pasaje evangélico (Mt,16, 24) que el publicista Toscani, en 1973, convirtió en aquel brillante lema calculadamente provocador, «chi me ama mi segua» de la marca italiana de vaqueros Jesús.

Las confrontaciones en la calle son un mecanismo legítimo y normalmente compatible con el respeto al derecho y las bases fundamentales de la convivencia; pero entendemos que es el remedio de los que no tienen recursos mejores: la única manera que permite a algunos grupos generar titulares e imágenes que atraigan el interés de gobernantes y conciudadanos. Resulta extraño que las invoque quien tiene asiento en el Gobierno y forma parte de la mayoría que decide en las Cortes Generales. Avisa de la batalla que están dispuestos a dar contra ellos mismos. Desdoblamiento esquizoide.

El dr. Echenique tiene formación y perspicacia acreditadas; no cabe la disculpa del error. Entonces, ¿a qué responde? Se me ocurren varias explicaciones compatibles con la racionalidad del doctor. En primer lugar, la desubicación que se produce cuando alcanzas un objetivo vital relevante y tardas en asimilarlo y asumir el cambio de rol. De la misma manera que en los rituales de victoria de los generales romanos les recordaban su vulnerabilidad, podría conseguir que alguien se situase a su espalda y le recordase «vosotros sois gobierno».

Un segundo factor es la sobrerrepresentación de los ruidosos. Algún día un sabio ‘mr. Dolby’ creará un filtro para reducir el ruido político; mientras tanto, diez mil ruidosos en las calles de Madrid aparentan una relevancia política mucho mayor que sus diez mil votos depositados silenciosamente en urnas. La democracia contable perjudica cuando ese recuento de papeletas expresa con fidelidad una realidad política menguante. Cuando tus votos se reducen, es comprensible que busques la democracia de apariencias, porque el ruido que pueden producir unos pocos siempre se impone al silencio o discurso discreto de los muchos.

Frente a esta llamada al ruido callejero, contrasta otra gran ocupación espontánea de los espacios comunes: la que cada día hacen grupos discretos en las extendidas terrazas de bares y restaurantes. Es una forma de ocupación pensada para el encuentro, no para la confrontación gritadora tantas veces trufada de grosería. Son dos modos alternativos de entender la civilidad, la ‘politeía’, el modo de ser y estar en sociedad.

Si el dr. Echenique cree que hay que dar la batalla, debe proponer a sus compañeros de partido la dimisión de cargos gubernativos de todo tipo y nivel; luego, restituida la pureza, defender si quiere sus ideales mediante la calle, que entonces sí será el único procedimiento que tenga a su alcance. Otros preferimos ocupar la calle para la conversación y el abrazo; los conflictos los canalizamos primero hacia las instituciones que desde la edad media creamos para convertir las batallas en procesos y procedimientos.

Jesús Morales Arrizabalaga es profesor de Derecho de la Universidad de Zaragoza

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