Odiosa realidad
Donde haya una buena opinión, que se aparten todos los hechos.
Ya lo decía Josep Pla: «Es más difícil describir que opinar. Infinitamente más. Por eso casi todo el mundo opina, pero casi nadie describe». Lo cierto es que prestamos poca atención a los hechos y mucha a tal o cual explicación de los acontecimientos si se adapta a nuestros prejuicios. Si conviene, incluso falseamos los hechos y hacemos cualquier cosa para encajar la realidad en un determinado marco ideológico, el nuestro. «¿Qué derecho tiene la realidad a perturbar nuestra existencia?», nos decimos.
Abundan, pues, las opiniones y los ejercicios de pirotecnia verbal. A cambio, las ideas se han convertido en un recurso escaso. El espíritu crítico se bate en retirada ante la mercantilización de la sociedad. ¿Para qué queremos a Adela Cortina o Mario Vargas Llosa si ya tenemos Zara y Netflix? Arrinconamos los hechos y los argumentos complejos porque nos resultan más cómodas las opiniones cortas y contundentes, esas sentencias lapidarias que tanto se prestan al fraude de la pretendida ‘profundidad’, esas de copiar y pegar con un clic.
De cualquier modo, la realidad es inexorable. Hagamos lo que hagamos, no nos proporciona los acontecimientos que queremos. Por ello todo ser humano tiene derecho a tener su propia opinión, pero no sus propios hechos. Las opiniones son acogedoras y confortables, aunque nada alimenticias. Acaso por eso Woody Allen dijo en una ocasión que odiaba la realidad, pero era el único sitio donde podía comer un buen filete.