La trampa del Estado protector

'La trampa del Estado protector'
'La trampa del Estado protector'
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En estos tiempos confusos y pandémicos merece la pena leer el preámbulo de la Ley 14/1986 General de Sanidad. 

Son cuatro páginas de las que quiero rescatar dos aspectos. Por un lado, el énfasis al mostrar la diferencia respecto de la Ley de 1944 de Bases de Sanidad Nacional que perpetuaba "la planta estructural recibida" de la Ley de 1855, sobre el Servicio General de Sanidad. Por otro, la adaptación a la Constitución de 1978 que define el derecho de la ciudadanía a "la protección de la salud", en el contexto de la España de las autonomías. Ambos son esenciales en el sistema español de salud contemporáneo.

La premisa fue cuestionar el dogma que perduraba entonces, es decir, "el decimonónico de la autosuficiencia del individuo para atender sus problemas de salud". Por eso se quiso ir más allá situando la Administración Pública en el epicentro pues en las anteriores "la función asistencial, el problema de la atención a los problemas de la salud individual quedan al margen". Y sobre ese cimiento se ha construido el resto del edificio, compartimentado y de facto ‘federal’.

Sin embargo, ante el reto común provocado por el virus de Wuhan está mostrando más contradicciones que ventajas, en especial, la descentralización autonómica. Como si, precisamente, hubiera caído en saco roto lo que se decía en el preámbulo: "Se ha mantenido una pluralidad de sistemas sanitarios funcionando en paralelo, derrochándose las energías y las economías públicas y sin acertar a establecer estructuras adecuadas a las necesidades de nuestro tiempo".

No es saludable que las élites burocráticas sustituyan la inteligencia de los
individuos y promuevan modelos médico-sanitarios donde la persona
deja de ser autónoma y protagonista de sus decisiones

En cualquier caso, fue una conquista. Se socializaron las prestaciones, los tratamientos, los costes, la gestión... Consiguiendo que no fuera necesario arruinarse para resolver una enfermedad. Y hoy, en términos comparativos, nuestro modelo sanitario es de los mejores del mundo. Pero tiene su lado negativo. No tanto porque la coordinación del Sistema Nacional de Salud brille por su debilidad y controversias, sino porque el ‘Estado protector’ ha ido al extremo contrario: ha expropiado la responsabilidad individual en materia de salud. Y esto tiene efectos colaterales perniciosos. Por ejemplo, si los gestores de la salud pública pasan a estar en el centro del sistema, convirtiéndonos a la ciudadanía en meros usuarios sin criterio. O si la salud se gestiona como un bien burocrático, industrializado y hospitalario, arrinconando la visión holística de la misma. O si esa protección se convierte en insaciable, haciendo que el modelo sea insostenible. Algo que hemos visto con el consumo creciente de fármacos, de cronificación de tratamientos, desde una visión de la salud meramente materialista.

No es nada sencillo equilibrar el sistema. Como no es saludable que las élites burocráticas sustituyan la inteligencia de los individuos y promuevan modelos médico-sanitarios donde la persona deja de ser autónoma y protagonista de sus decisiones. En muy pocos temas sirve la receta de para todos café. Mucho menos en este. La salud es personal e intransferible. No puede ser que el experto de turno sea quien tenga la última palabra. Es una responsabilidad individual que no debe ser enajenada. Si bajo capa de protección solo son los poderes públicos quienes van a "organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios", vamos a caer en una trampa de la que será difícil librarse.

La gestión de la pandemia provocada por el SARS-CoV-2 está mostrando parte de ese peligro. Si por razones de salud pública terminamos viviendo en un estado protector y autoritario, no es buena idea. Si por orden facultativa, en nombre de una inexistente comunidad científica, se adoptan medidas restrictivas de las libertades fundamentales, tampoco. Quizá tienen razón quienes están a favor de las decisiones informadas y en contra de la propaganda que extiende la idea de salud a toda costa. O quienes dudan de las dinámicas políticas y económicas que están lastrando las formas alternativas de comprender el par salud/enfermedad. Las voces discordantes también han de ser consideradas, permiten mejorar nuestra sociedad. Por tanto, hemos de impulsar la responsabilidad individual en lo que corresponde a la propia salud y salir de la trampa.

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