Cicatrices

'Cicatrices'
'Cicatrices'
Pixabay

Acompaño a mi madre al Centro de Salud. 

Son las ocho de la mañana. En la calle hay una larga fila de pacientes que también van a hacerse análisis de sangre. Varias personas se ofrecen a cedernos el paso. Es muy "mayorcica", me dice una buena mujer señalando a mi madre. Nosotras permanecemos en nuestro puesto. La gran mayoría son ancianos y mi madre no quiere colarse. Saco del bolso un periódico y un libro de Edurne Portela, ‘Los ojos cerrados’, que es bastante exigente con el lector, y habla de las cicatrices de la Guerra Civil a través de un nonagenario huraño.

Cuando nos llega el turno, la espero a la entrada de la sala de extracciones. Tarda mucho en salir e imagino que, como en otras ocasiones, sus venas se han vuelto huidizas. Mi madre no le da a eso demasiada importancia, ni a eso ni a nada. Para ella, que nació en 1932, la Guerra Civil sucedió hace mil años. No ha olvidado los bombardeos ni el miedo, ni la escasez de todo, ni la ausencia de su madre durante esos años terribles, pero siempre ha mirado hacia adelante sin fijarse mucho en las cicatrices.

Después nos vamos a desayunar al horno que está junto a la iglesia de la Magdalena. Está contenta. Le hago una foto mientras se toma su café con un enorme cruasán. Es una anciana bella. No hay ni un gramo de rencor en su mirada.

Luego entramos en la tienda de Quiteria Martín, el último reducto de prensa escrita del barrio. Mi madre y Carlos Quiterio chocan los puños a modo de saludo, como si pertenecieran a un mismo grupo secreto de la Resistencia.

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