Por
  • Juan José Carrascón Concellón

Cuestión de oportunidad

'Cuestión de oportunidad'
'Cuestión de oportunidad'
Heraldo

Últimamente no puedo dejar de ver la misma imagen en mi mente. 

Estoy en una habitación acristalada y cerrada en un hospital. Delante de mí, una de las personas más importantes de mi vida. Está lleno de cables, vías y una maquinita suena sin cesar. Sé que va a ser la última vez que lo vea en esta vida. Le acaricio su pelo cano, su rostro y le toco sus manos bajo las sábanas. No puedo evitar que mis ojos se enrasen e incluso caigan lágrimas que humedecen mi mascarilla. No volveré a verlo reír, ni comer gustoso con su familia, ni siquiera llamarme para darme la brasa. Él, mi padre, no tuvo la oportunidad que hoy tenemos todos.

Cada día que pasa vamos dando un paso más allá en la añorada búsqueda de esa normalidad que ahora consideramos un privilegio. Pero mi corazón se entristece cuando veo que, de nuevo, existen zonas en el mundo donde no tienen la oportunidad que hoy tenemos. Una oportunidad que mi padre tampoco tuvo, simplemente por cuestión de tiempo, pero no por imposibilidad.

Son muchos los países que no disponen todavía de vacunas para inmunizar a su
población

Sin embargo, y a pesar de ser conocedores de que una verdadera tragedia se ha mascado en la India, por ejemplo, nuestra mayor tribulación es pensar qué vacuna nos van a poner. Lo más doloroso es saber que en otras latitudes no tienen ni para elegir. El castigo divino, ante semejante desigualdad, es la amenaza de una mutación, y esa mutación nace del descontrol en el país donde se halla una de las maravillas del mundo erigida como prueba de amor, un país superpoblado y que, no olvidemos, es una potencia nuclear. Este mundo es una locura.

Como seres humanos, nuestra salud y la de quienes están a nuestro cuidado es motivo de preocupación cotidiana. Independientemente de la edad, el género, la condición socioeconómica o el origen étnico, la salud es el bien más básico y precioso que poseemos. En el plano internacional, este derecho se proclamó por primera vez en la Constitución de la Organización Mundial de la Salud en 1946, en cuyo preámbulo se define la salud como "un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones y enfermedades". También se afirma que "el goce del grado máximo de salud que se pueda lograr es uno de los derechos fundamentales de todo ser humano, sin distinción de raza, religión, ideología política o condición económica o social". Dos años después, en la Declaración Universal de Derechos Humanos también se menciona la salud como parte del derecho a un nivel de vida adecuado, en su artículo 25. Este derecho básico también fue reconocido como derecho humano en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, de 1966.

Dicho esto, debe quedar claro que se trata de un derecho a un sistema de protección de la salud que brinde a todos iguales oportunidades para disfrutar del más alto nivel posible de salud. Sin embargo, lo que nuestro día a día nos demuestra es que estamos muy lejos de llegar a esta igualdad en lo que a un derecho fundamental se trata.

La salud es uno de los derechos fundamentales de todas las personas

Cada Estado debe tener disponibles un número suficiente de establecimientos, bienes y servicios de salud y centros de atención de la salud públicos. Dichos medios deben ser físicamente accesibles y deberán estar al alcance geográfico de todos los sectores de la población, en especial los niños, los adolescentes, las personas de mayor edad, las personas con discapacidad y otros grupos vulnerables.

Los Estados tienen la obligación primordial de proteger y promover los derechos humanos. Parece obvio, pero lamentablemente no es así a pesar de que las obligaciones que menciono someramente están definidas y garantizadas por el derecho consuetudinario internacional y los tratados internacionales de derechos humanos, que imponen a los Estados que los han ratificado la obligación de hacer efectivos esos derechos.

Las diferencias e injusticias han quedado más patentes ante esta pandemia. De nuevo, los menos pudientes sufren las consecuencias de una globalización voraz que no se apiada del débil. No olvidemos nunca dónde vivimos, y que no tan lejos como pensamos hay personas que no van a poder tener la posibilidad de ponerse siquiera la famosa Astra Zeneca. Mi padre no pudo llegar a tiempo de vacunarse y su vida se me escapó entre mis caricias. Ese dolor lo llevaré el resto de mi vida. Los gobiernos son parte del problema, pero también lo somos nosotros en la parte que nos toca. Esta pandemia nos iba a hacer mejores, pero lamentablemente no veo esa mejoría.

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