Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Capitalismo de vigilancia

'Capitalismo ssdfa'
'Capitalismo de vigilancia'
ISM

Existen muchos tipos de capitalismo. 

Los estudios clásicos, atendiendo al criterio histórico, los clasificaban en comercial, industrial y financiero. A finales del siglo XX, Reagan y Thatcher reemplazaron el ‘capitalismo de rostro humano’, surgido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, por el neoliberal. Ya bien entrados en el siglo XXI, se mantienen dos grandes modelos. Por una parte, el anglosajón (Estados Unidos y el Reino Unido) basado en el éxito individual, la desregulación y la menor protección social. Por otra, el sistema europeo, caracterizado por el éxito colectivo, la preocupación por el largo plazo y una mejor legislación social. Al margen de ambos, la irrupción de China en la economía mundial ha generado una nueva disyuntiva entre el ‘capitalismo liberal meritocrático’ (el occidental) y el ‘capitalismo autoritario’ del gigante asiático y de otros países como Rusia, Singapur, Vietnam o Argelia. Se desmorona así el dogma de que existe un vínculo incuestionable entre capitalismo y democracia. De ahí la insistencia en que es necesario reformarlo para asegurar su continuidad, se llame ‘capitalismo progresista’ (Joseph Stiglitz), ‘Green New Deal’ (Alexandria Ocasio-Cortez) o ‘capitalismo civilizado’ (Branko Milanović).

Frente al ‘capitalismo de accionistas’ (Milton Friedman) y al ‘rentista’, ahora se habla del ‘stakeholder capitalism’ (Klaus Schwab). Las empresas no deben actuar solo con el criterio de la maximización de los beneficios, sino también por el bienestar de todos los grupos de interés: los trabajadores, sus clientes, proveedores y las comunidades en las que están presentes.

Cada día más, los ciudadanos satisfacemos nuestros deseos de consumidores a
cambio de nuestra privacidad 

Sobre este debate en torno al capitalismo, entendido también como un sistema cultural y de poder, se está imponiendo sigilosamente el ‘capitalismo de vigilancia’. La pandemia de la covid ha sido su gran acelerador. Si internet ya era una herramienta frecuente, ahora es omnipresente a través de dos mecanismos con los que se puede influir en el ser humano: el miedo (al virus, a las enfermedades, a la inseguridad…) y el entretenimiento (desde Netflix a la china Tik Tok pasando por el placer narcisista que ofrecen las redes sociales). La clave de este modelo es que cada vez que los ciudadanos usamos la red cedemos parte de nuestra soberanía personal a un poder opaco, sin límites ni fronteras. La socióloga Shoshana Zuboff ha puesto nombre a ese fenómeno en el libro ‘La era del capitalismo de la vigilancia’ (2020). No sólo buscan nuestros datos, dice, también escanean nuestras emociones y modifican nuestra conducta para su beneficio.

Hay tecnodictaduras como la China, donde se clasifica, premia y castiga a los ciudadanos según un sistema digital de puntos. Sin embargo, la catedrática de Harvard advierte que la amenaza que se cierne sobre los individuos no es solo un Estado totalitario como el orweliano "Gran Hermano", sino también una arquitectura digital omnipresente a la que bautiza como el "Gran Otro". Opera "en función de los intereses del capital de la vigilancia" y todo a costa de la democracia, la libertad y nuestro futuro como seres humanos.

Aceptamos la vigilancia intrusiva sin preocuparnos
de que los gigantes tecnológicos controlen nuestra libertad y la del mercado

En principio, la digitalización mejora la calidad de vida de las personas. El sueño digital original imaginó internet como una fuerza liberadora y democratizadora. No obstante, al igual que todos avances tecnológicos que han configurado el progreso de la Humanidad, también puede ser explotado de forma totalitaria. La Historia demuestra que la ciencia no es neutral. La tecnología, como advirtió Ortega y Gasset, es poder; y el poder, si no se controla, puede corromper al ser humano. Hoy es un hecho que la ciudadanía no vigila el proceso que nos lleva al mundo digital.

El capitalismo viene buscando desde hace siglos elementos que no formen parte aún de la dinámica de los mercados para convertirlos en mercancías. En el nuevo mundo digital, los productos son los deseos, experiencias y sentimientos de los individuos. Así, unos pocos oligopolios han plantado sus banderas en las vidas privadas de los ciudadanos y las utilizan como su material bruto y gratuito para venderlas como mercancías. Es el ‘capitalismo de vigilancia’.

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