Decíamos ayer

Miguel de Unamuno y Casto Prieto, alcalde de Salamanca, en la ciudad hacia el año 1933
'Decíamos ayer'
HA

Decíamos ayer", esta frase, atribuida a Fray Luis de León al regreso de su estancia en prisión, y a Unamuno en su retorno del destierro, ambos a la Universidad de Salamanca, ha quedado como paradigma del que quiere superar una etapa y pretende convertir los desgraciados hechos que le han ocurrido en ella en un simple paréntesis ya superado.

Al contrario que Proust, la intención parece ser superar y no buscar el tiempo perdido. No soy tan poética y se me ocurren muchas ocasiones para poder utilizar la sentencia. Pero todas ellas carecen del sentido optimista que los autores quisieron darle. Seré clara. En demasiadas situaciones percibo que podríamos usarla, pero queriendo decir que durante mucho tiempo no hemos hecho nada interesante. Que podríamos concatenar dos momentos temporalmente separados sin que lo transcurrido entre ambos tuviera significado. Esto, a mi entender, es lo que vulgarmente conocemos como perder el tiempo.

Desde la crisis de 2008 España tiene la necesidad de comenzar una profunda transformación. En nuestra organización social y económica, en los hábitos y comportamientos ciudadanos, en la forma de relacionarnos, en aceptar los errores cometidos, en cómo formar y educar a las siguientes generaciones… en muchas cosas.

Desde la crisis de 2008, España tiene necesidad de acometer una serie de
importantes transformaciones, empezando por su estructura económica

Pero siempre encontramos algo para cobijarnos de la tormenta. No veo lo más adecuado refugiarnos en los éxitos de nuestros deportistas para superar una crisis económica que destruyó millones de puestos de trabajo. No es lo más útil apostar por las terrazas de bares y restaurantes para superar una pandemia sin precedentes, ni para combatir la desigualdad que ha incrementado.

La estructura económica de España sigue basada en el turismo masivo. La administración del Estado exhibe burocracia, lentitud e ineficiencia a raudales. El sistema educativo sigue apostándolo todo a reformas curriculares y no metodológicas, negando la posibilidad a cualquiera que pretenda cambios de paradigma, aunque la necesidad de hacerlo sea una opinión más extendida que lo que se reconoce públicamente. Y, por encima de todo, nuestro espíritu cainita sigue intacto. Vemos más enemigos que adversarios. Solo nos interesan los nuestros.

También la universidad española tiene que atreverse a cambiar y a innovar

Tras más de una década perdida, tras casi una generación condenada a trabajos mal remunerados y con pocas posibilidades de desarrollo profesional, tras seguir viendo cada día que países con aparente menor riqueza nos adelantan por todos los lados, las respuestas ofrecidas son aterradoramente pobres. Por citar ejemplos de mi profesión, las reformas para la universidad española se orientan hacia una asfixiante rigidez, aunque los más pretenciosos digan que buscan la excelencia, a pesar de que solo es gatopardismo. La uniformidad nos lleva inexorablemente a la mediocridad. El miedo al cambio es moneda común en nuestra institución. Las quejas que se escuchan en privado no se materializan por temor a ser considerado un heterodoxo. La presunción de que todo lo diferente es fraudulento y obedece a intereses espurios es falsa y malintencionada. Los abusos y la mala praxis se deben corregir como en el resto de las actividades sociales, castigando al infractor, pero no cercenando la creatividad y la innovación. En este punto hemos asistido a episodios de atronadores silencios de las autoridades académicas que han servido para ocultar actitudes vergonzosas de algunos colegas. La equidad auténtica se basa en lograr la igualdad de oportunidades para todos los que lo merezcan, no en que todos seamos igual de vulgares.

Podríamos usar el título de este artículo si tuviéramos que continuar una conferencia que comenzó allá por el año 2006, cuando creíamos ser el milagro económico mundial, y quisiéramos continuarla hoy. Lo malo es que han pasado quince años y parece que hayamos aprendido muy poco. Ni entonces ni ahora somos ningún milagro. Entonces y ahora seguimos teniendo la necesidad de hacer un país mejor donde quepamos todos. Si continuamos sin querer ver nuestras propias deficiencias y empezar a corregirlas de raíz, tendremos que cambiar el famoso "decíamos ayer" por un doloroso "ya lo dijimos".

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