Hay que cuidar mucho el agua de la piscina para evitar que su calidad empeore.
'Verano'
Pixabay

En mi infancia, el verano empezaba el día que iba con mis padres y mi hermana a comer a la piscina del Parque Deportivo Ebro a la salida del cole. 

El menú siempre era el mismo: ensalada de arroz, pechugas de pollo empanadas y de postre, helado del bar. Fui del Drácula y del cucurucho de yogur de limón, antes de que llegaran los Magnum. Después venían casi tres meses de piscinas, camping en la playa con los primos, pueblo, campamentos... El Parque Ebro cerró su piscina hace diez años, y ahora nos bañamos y comemos pechugas empanadas en otra piscina de barrio, la de Balsas.

Mañana me vacunan con la primera dosis. Estoy un poco nerviosa y emocionada. No se me ocurre mejor manera de empezar oficialmente este verano. Deseamos volver a la normalidad de las pequeñas cosas, de nuestros veranos de piscina y fiestas de pueblos, de verbenas, de viajes familiares a la playa, de partidos de fútbol en la arena, de mapas y rutas lejanas, de descubrimientos, de excursiones, de baños en el río, de bicis, de fresca, de helados, de mochilas, de confidencias, de Juegos Olímpicos en la tele, de Mundial o Eurocopa… Aguardo emocionada y agradecida este pequeño pinchazo que simboliza lo mejor de nuestro mundo: la cooperación de todos, la importancia de la ciencia, el reconocimiento de nuestra fragilidad y nuestra dependencia. Somos los mismos pero un poco distintos que antes de la vacuna y la pandemia. Ojalá sea un verano lo más normal posible y ojalá hayamos aprendido algo. ¡Feliz verano!

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