Casetas tira

Barrio de Casetas tras el fin del cierre perimetral de Zaragoza capital.
'Casetas tira'
Guillermo Mestre

Vivir fuera de Zaragoza hace que al final acabes viviendo en ningún sitio. 

Para eso hay una barrera muy tramposa por la que, según pasas los días lejos, te empeñas en pensar que no necesitas volver a casa. Pero al final vuelves y después, claro, regresas a Madrid, y se hace de noche, y apagas la luz y, ya en silencio, piensas: “¿Qué carajo hago yo aquí?”. Y luego suele ser lunes, y vuelta a empezar.

Pero lo cierto es que volver a casa cada vez es una cosa más alegre. Es inevitable sucumbir a los estereotipos: sí, la pandemia me ha hecho valorar más algunas cosas. El otro día estaba tomándome con mis padres y mi hermana un vermú en la plaza Dorotea Arnal de Casetas y veía a toda la generación que nos han visto crecer y pensaba: “Ahí los tienes, vacunados y tirando”. Como la canción de Iván Ferreiro, ‘Me toca tirar’: “Sólo fue que olvidé, que una parte en las cosas es pura, y la otra sufrió, una especie de crisis de angustia, que la devolvió sin querer dar la vuelta”. Tirar, seguir, y recordar los días de tanta incertidumbre y distopía en presente; un oxímoron. Al final, por mucho que uno intente darle la vuelta a la existencia, nos acaban emocionando e importando las mismas cosas, solo nos queda escribirlas de forma distinta para intentar destacar.

Claro que tanto no pensé en ese vermú, en el que sí me acordé de mis vecinos caseteros mirando la fuente que el Ayuntamiento de Zaragoza puso en esa plaza. Una de las formas de paliar la distancia es cotillear la cuenta de Facebook del barrio donde, hace apenas unos días, se recordaban las multas por arrancar flores de los jardines públicos. Era ahí donde algún vecino, sin faltarle razón y con mucha guasa, apreciaba que a esas multas éramos inmunes (y sin vacuna) en Casetas, habida cuenta de la escasez de decoración floral que lucimos. Y es verdad que esa fuente, que está en todo el centro del barrio, ha pasado creo que tres veranos con un secarral compacto donde iba la jardinera, que pensaba yo que era un homenaje al clima de los Monegros. Pero es que ahora directamente han tapado el espacio floral con un troncho de cemento que honra a la peor arquitectura soviética, y a la que se sobrevive por tener mucho más en lo que pensar y a lo que querer. Que hasta el próximo regreso, siempre en Casetas, toca tirar. 

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