El baremo de los exámenes

Comienza la Evau en el salón de grados de la Facultad de Derecho del Campus de San Francisco.
'El baremo de los exámenes'
Oliver Duch

Nos atiende con un descarado desparpajo de juventud; demasiado, según mi impresión. 

Y se desvive por ofrecernos explicaciones; que me resultan excesivas también, aliado como soy de la discreción. Pero él ha nacido con vocación comercial, consolidada en ese negocio, mezclada con esa pizca de pasión que logra modelar argumentos atractivos.

Se maneja con naturalidad. No me siento incómodo; sabemos a qué hemos venido y su desenvuelto discurso no nos va a hacer modificar las pretensiones. Así que cumple con las solicitudes y, resuelta la inquietud, me adelanto para acelerar la despedida del establecimiento. Por detrás he dejado a mi compañía, entretenida todavía en la conversación con nuestro cicerone.

Ya en el coche, camino de casa, comparte conmigo su último rato de charla con el comercial. Que estira el desenfado de su perfil: "Me ha dicho que nos llamarán para preguntarnos cómo valorábamos su atención. Y que tengamos en cuenta que las notas no son como las del colegio. El 8 ya es un suspenso".

Nunca me ha gustado tener que juzgar un servicio, creyente de que el mal día lo podemos tener cualquiera: el que atiende y el cliente, que puede convertirse en insoportable. Pero cumplí con el compromiso, ubicando su atención en el podio de las calificaciones, con un pellizco de rubor, por más que entendiera su solicitud y padecimientos. Porque la prueba guardaba medallas profesionales, al menos merecidas.

Entre exámenes de otro calado, me cuesta mucho más comprender esa batalla de la Selectividad, en la que muchos muy buenos –con méritos y conocimientos- son apartados de los estudios a los que aspiran agraviados por la ausencia de un criterio común en los baremos.

Miles de estudiantes sorben su congoja a la espera de saber si podrán por fin cursar la carrera de su vida, en esa situación de injusto desequilibrio entre exámenes de distintos lugares, con exigencias menores e inflación de calificaciones. Con la objetividad secuestrada sin sonrojo en una batalla desigual sujeta por criterios políticos. En donde las medallas de los méritos estudiantiles se roban y se rifan.

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