¿Deporte rey?

La afición vuelve a la Romareda para ver el Deportivo Aragón-Barbastro, el primer partido con público tras el cierre por la pandemia.
'¿Deporte rey?'
Guillermo Mestre

Hoy quiero comentar algo sobre una actividad de gran predicamento público, pero que nunca ha despertado en mí pasión alguna, el fútbol. 

Mi infancia y primera adolescencia transcurrieron en un país donde era una actividad casi exclusivamente masculina. Tan mayoritariamente que casi ninguna niña pensaba en ese deporte como algo para nosotras. Y ya se sabe que lo que no se aprende de pequeña de mayor cuesta mucho o, simplemente, es imposible. Lo segundo es mi caso.

Lo que sí merece una reflexión es la situación económica en la que parecen estar estos grandes equipos que, hasta hace casi nada, parecían el Rey Midas que transformaba en oro todo lo que tocaba. Resulta que estos magníficos dirigentes que los rigen sí son personajes de cuento, pero de otro. Hemos descubierto que el emperador estaba desnudo.

El mundo del fútbol mueve grandes cifras económicas y los emolumentos
de sus principales estrellas resultan desmesurados

Hace escasos meses estos grandes equipos se asimilaban a maquinarias generadoras de recursos sin límite, y en más países que el propio. Los que entienden de esto me dicen que hasta los horarios se han modificado para que las cadenas de televisión, que son las que han financiado esta explosión (¿especulación?), pudieran llegar al mayor número de espectadores. Y como en la Tierra hay veinticuatro husos horarios, está claro que se trata de la cuadratura del círculo. Lo que se ve en China en un horario normal, en Europa es madrugar y en América, ‘late night’. Luego estaban los días de partido, que son todos. Me parecía que se ha tratado a los aficionados como personas que debían recibir su dosis diaria, como si de algo adictivo se tratara. Y a ello hay que añadir el ‘merchandising’, la inclusión de las visitas a los estadios dentro de las rutas turísticas de las ciudades donde se ubican y, por encima de todo, el agotador tiempo que se dedica en los noticieros de todos los medios a estos grandes equipos, haya pasado algo o nada. Me dijo un amigo que últimamente hay tantos partidos del siglo, como llaman a los grandes choques, que una centuria parece que dure tres meses.

Y resulta que, a pesar de todo este bombardeo, lo que realmente se estaba ocultando es que estas grandes sociedades están en la ruina. Los de las ciudades medias y pequeñas han pensado durante un tiempo que la gestión de sus clubes ha sido catastrófica y que por eso hemos llegado a donde estamos. Pero resulta que los grandes están igual o peor. No estoy segura de entenderlo perfectamente, pero me inclino a pensar que los dirigentes que veíamos todos los días en los telediarios tenían más de charlatanes que de otra cosa.

Sin embargo los principales
clubes aseguran estar en serias dificultades financieras

Los clubes más ricos de Europa se han descolgado diciendo que ellos debían estar en otro nivel. Los equipos modestos no deben preocuparse, ya que los grandes son conscientes de que deben repartir algo, aunque lo llamen solidaridad y no caridad, pero que ni sueñen en ser considerados iguales. Y todo esto con el increíble argumento de que, si no es así, las grandes figuras no jugarían en estos equipos, pues no podrían pagar sus exorbitantes emolumentos. Esta justificación me ha dejado desconcertada. Si los que mandan no pueden pagar tanto y los modestos están hundidos, ¿quién abonaría sus astronómicos sueldos? A lo mejor la misión de la NASA a Marte tiene, además del propósito científico, otro que consiste en comenzar a desarrollar el fútbol en ese planeta para que se trasladen allí las estrellas. Como ya he dicho antes, todo esto del fútbol está, en mi opinión, tan fuera de cualquier lógica que hasta los gobernantes de los países han dado su opinión, un juez emitió un fallo al respecto, los aficionados de algunos equipos protestaron y corearon eslóganes que decían que les estaban robando su historia. Y no podían faltar los tertulianos dando opinión sesuda y meditada de lo que apenas veinticuatro horas antes nadie podía imaginar.

Toda una desmesura, imagen fiel de en lo que nuestra sociedad mediática se está convirtiendo. Seguimos adorando al primer becerro de oro que nos presentan sin querernos enterar de que esto implica cuarenta años de vagar sin rumbo por el desierto.

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