Encuentros cercanos
Me encuentro en el suelo, junto al café de Levante, un billete de cinco euros.
Y en el billete encuentro, a su vez, un número de teléfono anotado. Junto al número hay, además, tres palabras escritas: “cambio de vida”. Nos rodean los enigmas. Siempre. Pero me zarandea la curiosidad, marco ese número buscando no sé qué y una voz responde: “Oficinas de la funeraria, ¿en qué podemos ayudarle?” Se desvela el misterio, uf, y qué temple hay que tener, pienso, para identificar como “cambio de vida” el teléfono de una funeraria.
Más sucesos. Me encuentro a dos turistas en la plaza del Pilar, me preguntan por el “Ebro river” y los miro como si fueran una especie protegida. Me encuentro en el museo Goya, dentro de la exposición de Pepe Cerdá, a un sacerdote que contempla los cuadros igual que si rezara. Me encuentro en una película del Far West a un pistolero sentimental que, tras matar a otro pistolero, afirma que “no puede uno dejar de ser lo que es”. Me encuentro en la entrada de un gimnasio a un tipo clavado a Puigdemont y me sobresalto. Me encuentro con el dato de que Yuri Gagarin vivió una aventura amorosa con una enfermera, los pilló su esposa y para huir tuvo que saltar por una ventana y, a pesar de su condición de cosmonauta, se rompió la crisma. Me encuentro a un amigo, coleccionista de jaleos, que se ha enamorado de una mujer pantera. Me encuentro con una frase que anoté de Rosa Montero: “Es la oscuridad la que nos permite entender lo que es la luz”. Los encuentros nos enriquecen. Aclaran cosas. Curan, además, la soledad.