Redactor de HERALDO DE ARAGÓN en la sección de Deportes

Réquiem por el mueble bar

'El mueble bar'
'Réquiem por el mueble bar'
Pixabay

El mueble bar ha pasado de moda. Prueben a buscarlo en el catálogo de Ikea. 

No encontrarán nada con esa etiqueta, aunque aparadores y mesitas que puedan albergar tal función, sí, de eso hay un carro –apréciese el chiste–. 

Hubo un tiempo en el que tener en el salón una mesita auxiliar repleta de botellas parecía imprescindible. Era "para las visitas". Esto es lo que más me gusta: el concepto ‘alcohol para los invitados’. Quién sabe si por sociabilidad doméstica o politoxicomanía. No cabe duda de que beber está normalizado e, incluso, demasiado admitido socialmente hasta convertirse casi en un rasgo identitario. En los años 70 el español medio era una copia rancia de Don Draper y no se dedicaba sino a ofrecer, como buen anfitrión, una copa al vecino, al portero o a quien se acercara a revisar el contador.

El mueble bar fue una pieza tan icónica que no hay película de Ozores o Martínez Soria en la que no asomen el sorbito de brandi, la copa de ponche, la coctelera... Después, en los 90 y los 2000, el consumo de alcohol en los hogares españoles se redujo a la mitad, pero la estadística –cuentan– ha remontado con motivo de la pandemia. Claro que casi no quedan ya muebles de este tipo. Ahora, hay que dejar las botellas –anís y otros licores que apenas se tocan y parecen reliquias de museo– en rincones insospechados. Se esconden en un cajón de la encimera, en un armario del recibidor o, si me apuran, en el bombo de la lavadora. Parece algo clandestino. El bebercio doméstico roza el estraperlo. Es el signo de los tiempos, supongo. Otro día hablamos del ocaso del bidé.

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