En casa vecina

Opinión
'En casa vecina'
ISM

Las relaciones de vecindad dan para mucho. Han dejado huella en el refranero. 

Sea para resaltar la duda cuando avisa que "quien tiene vecino, tiene enemigo". Sea para afirmar la colaboración, con aquello de "más vale buen vecino que pariente ni primo" o lo de "con la ayuda del vecino, mató mi padre un cochino". Pero también para cuidarse de los propios riesgos –"el que tiene el tejado de vidrio, no tire piedras al de su vecino"– y para resistir ante la mala relación, "por mal vecino no deshagas tu nido". O para ser prudentes sabiendo que "no te rías del mal del vecino, que el tuyo viene de camino". Y aprendiendo, pues, "cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar"… entre otros temas.

La sabiduría que guardan esos refranes trasciende lo local. De hecho, es aplicable a la política internacional. Basta pensar el planeta como aquella aldea global que describió Marshall McLuhan el siglo pasado y que hoy, con la globalización, ha desbordado lo próximo. Los problemas, las innovaciones, los cotilleos, las cosas que suceden a miles de kilómetros de distancia las tenemos al lado. Nos entran por la pantalla de cualquier televisión o dispositivo y se meten hasta nuestro cuarto de estar. Esa es la condición estructural de nuestro tiempo.

El conflicto del Sahara Occidental y la tolerancia respecto de la dictadura
marroquí nos amenazan mucho más
de lo que corresponde

Somos pasajeros del mismo navío espacial Tierra. Viajamos juntos. Por eso, asuntos como las necesidades básicas, los derechos humanos, el movimiento de personas o los riesgos medioambientales no solo están puertas adentro de cada casa. Afectan a todos. Compartimos paredes. Así las fronteras entre Estados son las marcas entre vecinos. Y lo que sucede dentro de cada una de ellas, nos ha de preocupar y ocupar.

A este respecto, igual que debemos llamar a la Policía e intervenir si escuchamos una pelea doméstica y sentimos que peligra la vida de nuestra vecina o vecino, también nos correspondería actuar en la arena internacional. Pero ahí topamos con hueso. El principio de soberanía nacional y el de no injerencia se siguen manteniendo. Y así va en Venezuela, Siria, China y tantos otros lugares. Cabría decir que, en las relaciones internacionales, en casa vecina, no preguntes por su cocina. Pero ¿nos debemos quedar impasibles ante esos asuntos de política doméstica? Deber no debemos, pero poder poco podemos y hacer menos hacemos. En esa arena, son los Estados –en su nombre, los gobiernos– quienes juegan. Y ya se sabe, entre bomberos no se pisan la manguera.

Lo difícil es saber cómo actuar

El caso palmario es Marruecos. Los acontecimientos de Ceuta provocados por las autoridades alauitas muestran la punta del iceberg. Es una dictadura maquillada por la Unión Europea. El régimen marroquí se salta los derechos humanos cuando quiere y como quiere. Las libertades brillan por su ausencia. Su monarca, Mohamed VI practica el ‘extractivismo’ más insultante, mientras tanto su población padece su reinado. Una buena parte de sus jóvenes quieren irse de ahí y no volver. Lo hemos escuchado estos días a los chavales que han renegado de su ‘patria’ al huir. Sí, huyen, pese a que es un territorio con enormes posibilidades y una gran riqueza que solo la disfrutan unos pocos. Unas élites que perpetúan la ausencia de democracia y una subespecie de tiranía. Mientras no cambien su política interior, seguirán siendo un olla donde aumentará la presión social y la represión política.

Si tomamos en serio nuestro propio código penal deberíamos intervenir. La omisión del deber de socorro está expresamente castigada en nuestra legislación como también en Francia y otros muchos países. Claro, dirán los juristas, solo dentro de nuestras fronteras. Quizá toca sustituir la seguridad basada en los territorios y pasar a la seguridad de las personas. Nos toca cambiar las dinámicas y empezar por el vecino que tenemos cerca. El conflicto del Sahara Occidental y la tolerancia respecto de la dictadura marroquí nos amenazan mucho más de lo que corresponde. Lo difícil es cómo actuar. Quizá hemos de empezar boicoteando los negocios, como Al-Mada, donde el bolsillo del tirano sigue engordando.

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