De agudezas y ocurrencias

Opinión
'De agudezas y ocurrencias'
ISM

En democracia los partidos políticos han jugado y juegan un papel fundamental.

Teóricamente son organizaciones sin ánimo de lucro capaces de organizar a muchas personas para generar propuestas comunes que son sometidas al plebiscito popular. Estas proposiciones se hacen en base a una ideología, principios o valores que se entienden comunes a los que voluntariamente conforman esa formación. Pero de un tiempo a esta parte todo este entramado está sufriendo un cambio radical sobre el que merece la pena pensar.

Sin entrar a valorar si determinadas ideologías están en declive, si lo que realmente esperamos los ciudadanos es más gestión y menos credo, lo que sí está claro es que el atractivo personal de los candidatos está tomando un peso cada vez mayor en la preferencia de voto. Lo anterior, que muchos analistas resumen y simplifican como el auge de los populismos, tiene un calado más profundo.

Algo de lo que he oído poco, y para mí muy trascendente, es que los partidos, como maquinarias electorales, tienen cada vez menos atractivo. El líder, sea hombre o mujer, que más atrae en este momento es aquel que presenta una imagen más fresca, más cercana a la gente de la calle. El candidato convencional típico era carismático. Conseguía convencer porque aparentaba una fortaleza de ideas capaz de superar toda prueba. Nunca ha tenido mucho predicamento popular el sesudo intelectual de conocimiento profundo, pues parecía muy alejado de lo común, lo que le restaba atractivo. En cambio, el cabecilla que lograba la confianza de la gente, que era capaz de convencer a muchos para que le siguieran y creyeran en él, era el que conseguía su objetivo. Y nunca le faltaban adláteres que se pusieran a su servicio. Ahora este perfil está cambiando.

La personalidad del candidato y su capacidad de presentarse ante los ciudadanos
como uno más se están imponiendo sobre las maquinarias de los partidos

Las victorias electorales que vemos en España y en el mundo están poniendo de relieve que ya no hace falta que el líder tenga un gran magnetismo. Los errores y ocurrencias que cometen se están perdonando porque mucha gente entiende que son como todos y, como dice el refrán, el que tiene boca… Muy pocos dedican parte de su tiempo a comparar programas electorales, cuya credibilidad está bajo mínimos, y menos propuestas son debatidas en profundidad. Lo que interesa es la capacidad de los candidatos de convencer de que son gente normal y que lo que quieren y van a hacer es lo mismo que la gente de la calle. Aunque muchas veces no sean capaces de concretar más de lo que lo acabo de hacer yo. Trump, Bolsonaro, Johnson, Ayuso son ejemplos paradigmáticos de este nuevo perfil. Tengo dudas de si, en la racional Alemania, Merkel sería hoy en día capaz de repetir sus éxitos anteriores.

Pero este perfil de político también se caracteriza por otra cuestión. Para decirlo en pocas palabras, son ellos mismos. Ya no son la representación del partido. Hacen y actúan según su propia creencia o interés. El partido político, como maquinaria organizativa y electoral, está por detrás de su iniciativa. El partido político, monolítico y organizado a nivel nacional como si de un ministerio y sus delegaciones territoriales se tratase, ya no sirve. En cada territorio debe atender a las necesidades que el candidato exige. Los discursos previamente escritos por los equipos de campaña no tienen validez. La maquinaria debe estar al servicio de lo que la persona en cuestión tiene a bien exponer ese día. Por eso, los candidatos con una gran espontaneidad y una gran capacidad de repentizar son los que, al menos inicialmente, gozan de las simpatías del público.

Ahora, responder con rapidez a las ocurrencias del adversario es fundamental

Los partidos políticos han hecho un gran papel en la democracia representativa en la que vivimos, pero parece que no quieren enterarse de que sus órganos centrales, en los que la demoscopia es la ley fundamental y desde donde dictan argumentos que se repiten en todos los foros, son algo del pasado. Un buen director de campaña convencional debe ser capaz de responder a la agudeza del adversario con prontitud y la misma capacidad de repercusión para que su estrategia no sea superada inmediatamente. Algunos de ellos parecen no haberse enterado todavía de que en el siglo XXI las personas usamos ‘smartphones’ y no radios de galena.

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