La isla de la calle Alfonso

La antigua Joyería Aladrén, en la calle Alfonso de Zaragoza
La antigua Joyería Aladrén, en la calle Alfonso de Zaragoza
Guillermo Mestre

La calle de Alfonso I, emblema de una Zaragoza burguesa orgullosa de sus caserones y de la solera de su comercio, es hoy otra muestra de cómo la futilidad estética campa también en el corazón de la ciudad. Enfarolada y poblada de maceteros y papeleras ’de época’ tras su peatonalización a comienzos de siglo, las tiendas de siempre han ido cayendo mientras las franquicias ocupaban su lugar, muchas con sus estomagantes luminosos y sus plásticos arrasando estructuras, rótulos y maderas nobles.

Un proceso de pérdida de identidad con poca oposición, y comparable al que se da en la otra gran arteria que desemboca en el Pilar, Don Jaime (esta, aún esperando que los vehículos a motor dejen de atravesarla). Los nuevos establecimientos suelen tener una vida efímera, pero no es un consuelo: cada inquilino compite con el predecesor precisamente en acentuar esa fealdad.

El café abierto en la antigua joyería Aladrén ha sido una excepción. La reconversión se hizo en los tiempos en que imperaba el gusto decorativo por lo retro y respetó mucho de lo que había sido porque encajaba con el nuevo negocio. Aunque cada vez más fuera de contexto, casi ya una isla en la calle Alfonso, tenía la virtud de recordarnos que se pueden hacer las cosas de otra forma, mejor. Cerrado por reformas, ahora han andado a martillazos y con la radial, dentro y fuera, con algunos de sus históricos elementos. La novedad respecto a otros de los locales de la misma calle es que esta vez sí se ha actuado para detener el expolio. Ojalá no demasiado tarde.

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