El Gobierno, solución o problema

Opinión
'El Gobierno, solución o problema'
POL

En un año de pandemia en el que el mundo ha acotado a las personas mayores como débiles y frágiles, cercanas a la muerte, uno de ellos, sentado en el Despacho Oval, ha lanzado al mundo un mensaje de fuerza, esperanza y de gran audacia. 

Tiene 78 años y puede jugárselo todo. Dos caminos abiertos, o ser un presidente puente de transición o convertirse en un presidente transformador en la estela de algunos de sus antecesores, también demócratas, que marcaron la historia de su país. Uno de ellos fue Franklin Delano Roosevelt, autor del ‘New Deal’ en los difíciles años treinta. Otro, Lyndon B. Johnson, que legisló la ‘Gran Sociedad’ poniendo fin a las indecentes leyes discriminatorias contra la población negra.

La Segunda Guerra Mundial condujo al nacimiento del Estado del bienestar europeo moderno, con prestaciones universales para proteger contra la pobreza y proporcionar asistencia sanitaria y educación. Hoy la pandemia ha obligado a una nueva valoración del contrato social; en particular, del modo en que debe repartirse el riesgo entre los individuos, los empresarios y el Estado. Estados Unidos se encuentra ante la peor crisis desde la Gran Depresión. Hay frases que recordamos y nos sirven muy bien para explicar el contexto histórico. Una de ellas fue pronunciada hace cuarenta años, en su discurso inaugural, por el presidente republicano Ronald Reagan: "El Gobierno no es la solución a nuestro problema, el Gobierno es nuestro problema". Él, junto con Margaret Thatcher, encabezó la revolución neoliberal que sigue teniendo importantes seguidores, también en nuestro país.

Joe Biden, al cumplir los cien días de mandato, ha dicho al mundo que el gobierno federal no solo no es el problema, sino que sí es la solución, y que en tiempos de crisis hace falta uno más grande y que, para pagarlo, subirá los impuestos a las empresas y las rentas más altas. Sorpresa, ante su propuesta por su audacia y por su capacidad de respuesta, que supone un reforzamiento del Estado del bienestar. Al plan de rescate ya aprobado (1,9 billones de dólares, 1,6 billones de euros) se añade un plan de 2,3 billones en infraestructuras y la nueva propuesta 1,8 billones para educación y familias (estos dos últimos, pendientes del Congreso). Subida de impuestos al 1% más rico de la sociedad. Incremento del salario mínimo. Gran plan de infraestructuras. Una inyección de millones para reforzar la cohesión social de un país gravemente dividido y poner la locomotora a toda velocidad después de la epidemia.

En la estela de Franklin Delano Roosevelt, el presidente Joseph Biden se ha propuesto utilizar el Estado y la inversión pública como palancas de cambio para construir una sociedad más equitativa y una economía a la altura de los retos del siglo XXI

Dicha propuesta tendrá que ser aprobada por el Congreso lo que será una labor poderosa: gastar seis billones de dólares –el 30% del PIB del país– para darle la vuelta a la economía, crear valor como nación, atajar la pobreza infantil, gratuidad de las guarderías para permitir que los padres y madres trabajen, acometer un plan de reforma total de las infraestructuras caducas, revertir el cambio climático generando cientos de miles de nuevos empleos en el tránsito hacia una economía verde.

Al leer estas propuestas, junto con el presupuesto estimado, he recordado lo que supuso la construcción de la socialdemocracia europea. Como señalaban los laboristas británicos en 1945, el Estado te protege desde la cuna a la tumba. La propuesta del presidente Joe Biden supera esto, pues añade su intención de financiar inversiones en el futuro para infraestructuras de transporte, energías renovables y educación y atención infantil, gravando a los ricos y a las empresas lucrativas. Comparto plenamente su propuesta de prestar una ayuda incondicional a los necesitados o la idea de una atención infantil universal, que contrasta enormemente con el enfoque de las décadas de 1990 y de 2000, cuando las ayudas sociales siempre estaban vinculadas a unos incentivos condicionales para trabajar. También hace una rectificación al modelo de la llamada Tercera Vía, que trataba de incentivar a las empresas con bajadas de impuestos para ayudar a aumentar la tarta de la economía. A su vez, les rectifica y la supera al proponer un tipo impositivo básico mundial para el impuesto de sociedades y eliminar las lagunas fiscales.

Entiendo que su propuesta trata de corregir las desigualdades generadas por el capitalismo mediante un sistema fiscal que asegure una igualdad real de derechos y servicios públicos. Cuatro meses después del asalto al Capitolio, los vientos que vienen de América hablan un lenguaje nuevo que deseo que llegue a Europa y, sobre todo, a nuestro país.

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