Ministros, ministras, ministres

Pablo Iglesias e Irene Montero, en el debate de investidura.
'Ministros, ministras, ministres'
Mariscal/EFE

La ministra Montero (doña Irene) parece no tener bastante con su cargo en el Gobierno.

Deja entrever más aspiraciones –aunque tampoco méritos–, como sería la de ocupar un sillón en la Real Academia Española, ya que se pasa el día buscando introducir en la noble lengua de Cervantes auténticos disparates verbales, como esos que dejó caer hace unos días de ‘todes’, ‘hijes’, ‘niñes’, etc., en un alarde inefable de encontrar un tercer género, quizá, llevada por sus grandes conocimientos lingüísticos para clasificar, es un suponer, a aquellos que no se sienten hombres o mujeres, o viceversa.

¿A quién se dirigía la ministra? A un público convocado por gente del grupo LGTBI, para explicarles lo necesario que era emplear ese lenguaje que llaman inclusivo y que no deja de ser, como dicen los verdaderos lingüistas, una solemne aberración; ¿o quería dirigirse a algún compañero del Gobierno a quien no se sabe por qué prejuicios no le quiere llamar señor ministro? ¿O a esos otros desiguales que ha creado la ministra de la presunta igualdad?

La Academia, que es una institución respetable, y a la que tenemos encomendada la vigilancia y limpieza del español, ya ha puntualizado a la ministra con una nota en la que advierte sobre la "no procedencia de la letra ‘e’ final como determinante de género, por no corresponder a la morfología del español, pues el masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado de la oposición de género". No deja de ser un tremendo varapalo desde la autoridad en la materia a la fatuidad de esa insistencia de dar patadas al diccionario con que nos obsequia en sus discursos inclusivos –y sin embargo excluyentes– la ministra Irene Montero.

A ella y a sus seguidores en esta ‘neolengua’ les ha propinado un auténtico chorreo don Darío Villanueva, que fue durante diez años presidente de la Real Academia, en un libro recién publicado que se llama ‘Morderse la lengua. Corrección política y posverdad’. Como se deduce de su título, se nos invita a no mordernos la lengua, es decir, a no permanecer callados, ante tanta estupidez como implica el presunto magisterio de quienes nos quieren imponer su ilustración partidista, sectaria y vulgar. Que al parecer no solo está afectando a España, sino que se prodiga también por otros mundos en ambientes ‘neoprogres’. Resulta ilustrativa la anécdota de que en el mundo sajón los inclusivistas reclamen eliminar la palabra ‘woman’, que quiere decir ‘mujer’, porque en el término está incluido el vocablo ‘man’, que quiere decir ‘hombre’. ¡Santo cielo, hasta dónde vamos a llegar!

También la prensa y los medios de comunicación, en general, han manifestado su rechazo a las palabrotas de la ministra. Como se ha dicho en algún artículo periodístico, no se puede callar ante tanta estulticia, pues el silencio se hace cómplice y permisivo con una distorsión del lenguaje que no tiene ningún sentido y que no ayuda ni a la claridad ni a la comprensión de la orientación sexual de los ciudadanos, si es que es eso lo que se ha pretendido conseguir.

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