Por
  • Luisa Miñana

Lobos, mentiras y escasas ideas

Opinión
'Lobos, mentiras y escasas ideas'
POL

Como para muchos ciudadanos españoles de cierta edad, ‘El Parvulito’ fue mi primer libro escolar. 

No me duró mucho en cuanto instrumento de clase, pero eso es otro cuento. En aquel libro figuraba la consabida historia del pastor mentiroso (¡que viene el lobo, que viene el lobo!, ¿les suena, verdad que sí?). Esta fábula infantil siempre me ha impresionado como ‘exemplum’ sobre el poder del lenguaje. Sobre todo, como apólogo del poder de manipulación y convencimiento de la mentira, que, por ser invención, puede obviar los límites de coherencia con una realidad referencial; necesarios, por el contrario, cuando nos situamos en un contexto verificable, ese al que venimos llamando realidad (y que quizás se trate de una categoría obsoleta para nuestro discernimiento en el futuro, lo cual es también otro cuento para otra ocasión). Hace tiempo, como han ido advirtiendo variadas voces, que asistimos a un vaciamiento del lenguaje. Un vaciamiento monstruoso. Nos hemos convertido en los sacamantecas del sentido de las palabras.

En cuanto sociedad, la nuestra está siendo responsable de perderle el respeto a muchas cosas necesarias para el sostenimiento de la vida. Yo diría que le ha perdido el respeto incluso a la vida misma, ya que, teniendo en su mano, como nunca lo tuvo la Humanidad, su mejoramiento más profundo e igualitario, nos hemos convertido en el colmo del desperdicio y la insolidaridad. Así, es atrozmente paradójico y de una inconsciencia brutal, que en un tiempo en el que la educación y la información están afortunadamente reconocidas como derechos básicos e irrenunciables, y como tales llegan a una gran parte de la población (del mundo desarrollado), se estén, al igual que el lenguaje, vaciando y pervirtiendo tanto. Tanto que, o revertimos el proceso, o el sistema democrático, más concretamente las garantías que colectivamente hemos pactado para el ejercicio de las libertades individuales y sociales, corre grave peligro. Ya hay muchos indicios de esta amenaza, y el envite es complejo en suma medida.

La degradación del lenguaje que se está produciendo en nuestra sociedad no es un problema puramente lingüístico, va acompañada de un deterioro del pensamiento, de la argumentación y de los presupuestos necesarios para un debate democrático

No se trata sin más del claro empobrecimiento de nuestro léxico de uso habitual, incluidos los errores ortográficos, o de atribución de significado, que no pocas veces impunemente encontramos en textos impresos o imágenes rotuladas, y que algunos especialistas, como Carlos la Orden, atribuyen al afán de audiencia por encima de cualquier otro criterio. Todo ello forma parte de un preocupante conjunto de síntomas de la enfermedad que afecta a este ‘capitalismo cansado’, en definición del filósofo Luis Arenas. Se trata también de una sistemática simplificación en la construcción del lenguaje, que comporta la inevitable superficialidad del conocimiento. No es la única, pero indudablemente aquí se encuentra una de las razones de que cada vez asistamos más al enunciado de opiniones verbalizadas como puras creencias, como axiomas incontrastables. Constatamos la desaparición de la argumentación razonada y el análisis, sustituidos en la mayoría de los ámbitos de la comunicación de masas por el eslogan, el tuit, el machacón argumentario político coyuntural, carente de pensamiento. Esta reducción del lenguaje y de la crítica reflexión es socialmente paralizante y allana el camino de la polarización, en un diabólico bucle capaz, en su crecimiento, de asfixiar mortalmente a la democracia. De este peligro vienen advirtiendo hace tiempo, precisamente, muchos pensadores, mientras a parte, por lo menos, de la ‘gens’ política y económica el atrincheramiento parece venirle bien, ya que les proporciona un territorio arrasado en el que instalarse a sus anchas, y desde el que seguir gritando una y otra vez aquello de que viene el lobo, o sus cínicos equivalentes: América primero, socialismo o libertad, España nos roba, Europa nos roba, un mena, 4.750 euros al mes… ¿Les suena, verdad que sí? Son tiempos revueltos. Y ya lo advierte el refrán.

Son tiempos complicados, porque vivimos una época de transformación hacia un mundo que muy poco tendrá que ver con el que conocimos, pero también porque ese futuro habrá de ser complejo, como defiende Daniel Innerarity, o no será democrático. Por eso no podemos conformarnos ante este adelgazamiento del lenguaje y del pensamiento: porque a la complejidad propia de la democracia no le daremos respuestas adecuadas con la simplificación ni la polarización.

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