Tiempos salvajes

Dejó caer que había releído recientemente los sonetos de Shakespeare.
Dejó caer que había releído recientemente los sonetos de Shakespeare.
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Con la frescura que logran dos semanas de arduos ensayos, dejó caer que había releído recientemente los sonetos de Shakespeare y que su preferido seguía siendo el Soneto 18.

Acto seguido, aprovechando la tardanza concertada con el camarero, recitó dicho poema en el inglés original, con la mirada concentrada en un punto imaginario, situado justo por encima del hombro derecho de ella, que, como el izquierdo, quedaba descubierto por un vestido azul donosamente ceñido al torso. Hay detalles imborrables.

Aunque mostró cierta incomodidad durante el lance, pues se sabía observada desde las mesas contiguas, el caso es que sonrió, gesto que a él le pareció esperanzador. Pero los buenos augurios se esfumaron de inmediato, en cuanto ella retiró su mano del mantel, preservándola de un intento de caricia, y afirmó que del soneto en cuestión le gustaba especialmente que, siendo en apariencia de tema amoroso, en realidad no otorgaba el protagonismo al ser amado, sino a la belleza eterna de los propios versos, capaces de volver inmarcesible el recuerdo de dicha persona. Ante tal argumento, que produjo algunos carraspeos anónimos en la sala, él asintió en silencio y ansió la llegada salvadora del camarero.

De todas formas, en aquellos tiempos salvajes de amor binario, la prueba de fuego era otra. Y él lo sabía. Por eso, habiéndose zafado de lanzarse en paracaídas, no se negó a montar en el primer vagón de una montaña rusa, en un viaje que mezcló entrega y bochorno. Por fortuna para él, ella apreció lo primero y se olvidó de lo segundo. Bueno, olvidar, lo que se dice olvidar…

jusoz@unizar.es

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