Perseguidos

Un niño, tras recibir agua y comida en Mosul.
'Perseguidos'
Erik de Castro/Reuters

La Semana Santa vuelve a ser especial, sin manifestaciones externas. En el Bajo Aragón, y en otros muchos sitios, los tambores sonarán desde los balcones. 

Únicamente la violencia antirreligiosa en la Guerra Civil hizo imposible las celebraciones. Pero como decía el presidente de la Junta de Cofradías de Zaragoza, "no hay procesiones, pero sí hay Semana Santa". Una semana para profundizar en el mensaje de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. En los templos tendrán lugar las celebraciones de estos días santos y se podrán contemplar los pasos. Después de la negativa de la Diputación de Zaragoza a abrir la iglesia de Santa Isabel, el Santo Cristo de la Cama se podrá venerar en el Pilar, como sucedió en la Guerra de la Independencia, y otros pasos se han expuesto en templos cercanos, como San Felipe.

El coronavirus ha marcado las vidas de todos. Un año de dolor y de muerte. También de solidaridad y entrega generosa de quienes se han volcado en ayudar: sanitarios, trabajadores de supermercados, de limpieza, de todos los servicios básicos, agricultores y ganaderos, Guardia Civil, Policía y Ejército, transportistas, voluntarios de entidades como Cáritas o Cruz Roja, etcétera. Esta Semana Santa es, sin duda, un tiempo propicio para recordar a todos los que nos han dejado.

Es también un buen momento para tener presentes a los perseguidos y a los que no ven reconocidos sus derechos en el mundo. El viaje del papa Francisco a Irak puso en primer plano lo que allí ha ocurrido. En Mosul, ciudad destruida por el terrorismo islámico, resaltaban los cronistas que, a diferencia de otros mandatarios extranjeros que han estado allí, el Papa viajó sin chaleco ni casco. Realizó un llamamiento a los cristianos que huyeron para que regresen a sus pueblos y perdonen todas las barbaridades sufridas. Gracias a la región autónoma kurda, muchos cristianos y otros iraquíes han salvado la vida. 140.000 cristianos se refugiaron en el Kurdistán.

En enero de 2003, en la primera columna semanal que escribí en HERALDO, recogía las palabras del Santo Padre Juan Pablo II ante la inminente actuación americana en el Irak de Sadam. "No a la guerra, no a la muerte" –decía el Papa– y "sí al respeto del derecho y al deber de la solidaridad. La guerra no es nunca una fatalidad, sino una derrota de la humanidad". El tiempo le ha dado la razón.

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