Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

‘Emocracia’ de trinchera

Opinión
‘Emocracia’ de trinchera
Leonarte

Exitosos políticos de todo el mundo han ido abandonando el discurso racional y el pensamiento analítico para dirigirse a los votantes con mensajes simples y elementales que transmiten seguridad y emoción. No practican la argumentación sino el espectáculo. Son la punta de lanza de la democracia sentimental. En las elecciones madrileñas del 4 de mayo, también los candidatos del PP, Podemos y Vox quieren ‘asaltar los cielos’ alentando esta ‘emocracia’, un modelo que Bertrand Russell ya denunció en la época del ascenso nazi: "Lo que ha ocurrido en Alemania puede suceder también en cualquier otra parte" (‘Mortals and Others. Bertrand Russell’s American Essays, 1931-1935’).

La ‘emocracia’ se sustenta en inflamar los sentimientos mediante el populismo, la espectacularización y el radicalismo. Hay recientes casos de manual, como el de Donald Trump, un ególatra multimillonario, sin experiencia política ni mayor don que la capacidad de abrirse un hueco en las redes sociales y los medios de comunicación a través del exabrupto y el desvergonzado uso de la demagogia. Ganó las elecciones contra todo pronóstico con un mensaje machista, racista y marcadamente nacionalista. A los cuatro años, terminó su mandato instando a sus seguidores a asaltar el Parlamento de Estados Unidos. En la órbita local, los independentistas catalanes han sido y son los ‘campeones’ de la política emocional, esa que ha puesto a la comunidad autónoma al borde del precipicio haciendo que los sentimientos pesen más que la razón.

España se zambulle de lleno en las procelosas aguas de la ‘emocracia’, la democracia de las emociones

Ahora, la ‘batalla de Madrid’ amenaza con convertirse en otra hiperbólica pugna basada en discursos de odio: odio al comunista, odio al fascista e, incluso, odio al judío. Todo movimiento populista se basa en encontrar un enemigo que concite la animadversión de los posibles votantes. Para ello, nada más útil que descalificar al adversario hasta convertirlo en ‘el enemigo’. Al adversario se le estigmatiza como heredero de un pasado nefando, como alguien con el que no cabe ni siquiera dialogar, como ha analizado Manuel Arias Maldonado en ‘La democracia sentimental’. Entonces, el debate político se convierte en una ciénaga en la que conviven la perversión ética, la indigencia intelectual y la miseria política.

Esta creciente polarización se está traduciendo en un ruidoso intercambio de insultos, llamativas declaraciones y tuits estridentes. No es una política seria, documentada o serena, sino más bien de trinchera, con información superficial, mentiras y bastante frivolidad. Pero esa versión de la política es capaz de movilizar a los votantes y ocultar a los moderados. ¿Dónde está el candidato del partido más votado en las anteriores elecciones, el PSOE? ¿Nadie le presta atención porque es un acreditado catedrático de Filosofía, tranquilo y sensato? El ruido ambiental y mediático lamina las opiniones sosegadas, y no sólo de las políticas sino también las sociales, económicas y éticas.

Isabel Díaz Ayuso y Pablo Iglesias se han retado a una batalla
sin cuartel entre ‘furibundos anticomunistas’ y ‘coléricos antifascistas’

Lo que se vislumbra detrás de esta banalización de la política es una crisis de la democracia liberal. Hay también mucho de decadencia de los discursos de la izquierda y de la derecha, como ha explicado Pierre Rosanvallon en ‘El siglo del populismo’ (2020). Convertido ya en una virtual marea negra de intolerancia y exclusión a niveles que no se veían desde antes de la Segunda Guerra Mundial, el populismo ha cristalizado en el asalto al Capitolio de Washington y en otros actos ilegales protagonizados por los mandatarios de Rusia, Venezuela, Turquía, Hungría, Brasil, Filipinas, Polonia... o Cataluña.

Aunque España acredita una larga tradición polarizadora, las encuestas dejan claro que la mayoría de los ciudadanos desean una clase política que atienda con seriedad y diálogo los retos que el país encara. Nuestra democracia liberal no tiene por qué transformarse en una ‘emocracia’. Ahora bien, para ello se exige movilización cívica (Martha Nussbaum). No se trata de protestar, vetar, indignarse, exigir, purgar y hacer enemigos para alimentar la creciente ‘drogodependencia emocional’ de la sociedad. Hablamos de trabajar, construir, organizar, edificar, cohesionar, pactar y acordar.

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