Por
  • Andrés García Inda

¿Sin rumbo?

Opinión
'¿Sin rumbo?'
POL

Estos días se cumple un año de la primera declaración del estado de alarma (14 de marzo) y vuelven a la memoria las semanas de disparate y confusión que la precedieron y que convendría esclarecer. No para hacer leña del árbol caído, porque ningún árbol cayó (nadie dimitió y solo una persona fue cesada, curiosamente la que acertó en los pronósticos: el responsable de prevención de riesgos laborales de la Policía Nacional, que advirtió del peligro y el 24 de enero firmó una instrucción recomendando usar guantes y mascarilla, evitar aglomeraciones, etc.), sino para aprender de los errores.

Cuando aparecieron las primeras noticias de la pandemia yo también confiaba en las palabras del doctor Simón y aplaudía que un técnico asumiera la portavocía del Gobierno en el asunto. Luego vendrían las dudas, el desengaño y la decepción; y no solo por los continuos desaciertos, sino por la contumacia y la forma en la que tales errores se defendían y utilizaban políticamente. No olvidemos que mientras se nos anestesiaba con declaraciones rotundas ("España no va a tener como mucho más allá de algún caso", "la enfermedad se transmite poco entre personas", "no es necesario utilizar mascarillas ni aplicar cuarentenas"…) la alarma informativa crecía exponencialmente: cierre de Wuhan (25 de enero), alerta internacional de la OMS (30 de enero), cancelación del ‘Mobile’ (12 de febrero), la OMS pide evitar eventos masivos (14 de febrero), anulación del carnaval de Venecia (23 de febrero), de ferias internacionales en Alemania o de la media maratón de París (25 de febrero), nueva alerta de la OMS (24 de febrero), confinamiento en Italia… En nuestro país, el primer paciente diagnosticado se conoció el 31 de enero; semanas después se cancelaron eventos con profesionales sanitarios y los servicios de salud empezaron a atender casos de una grave y extraña neumonía.

En las semanas previas a la declaración del estado de alarma, las autoridades españolas despreciaron todos los avisos sobre la gravedad de la pandemia que se avecinaba

Mientras tanto, sin embargo, los expertos oficiales y buena parte de los divulgadores y comunicadores del país ironizaban con arrogancia: que el miedo era peor que la enfermedad, que la gripe común o el machismo mataban más, y que todo se arreglaría con ibuprofeno y lavado de manos. En Twitter ‘@SoloGripismo’ lo recuerda desde hace un mes y varios artículos de prensa hacen memoria de esos días de infamia y ridículo. La lista de ‘sologripistas’ era abultada; no son pocos los que hacían de correa de transmisión del Gobierno y de sus técnicos, que seguían relativizando las llamadas de atención de la OMS (por lo menos en público). Quienes no hacían seguidismo eran ridiculizados como friquis o personas no afines; y en algún caso tal vez fuera esa la razón de su disidencia, pero acertaron.

Pero lo más llamativo vendría luego, cuando la realidad se impuso a la ensoñación o la ceguera y hubo que declarar el confinamiento. Lejos de admitir las equivocaciones, llegó la campaña del ‘capitán a posteriori’ y el ‘no se podía saber’, como estrategia para tapar las vergüenzas y justificar los desatinos. Es a la vez triste y divertido comprobar la facilidad con la que muchos defensores de la duda metódica y el pensamiento crítico asumieron conformistas las nuevas consignas de la Moncloa. Y siguió la misma dinámica, haciendo de todo causa y bandería política: sobre el uso y tipo de mascarillas, sobre los test, el cierre de fronteras, etc.

Nada hemos aprendido, porque en nada parece que hayamos fallado (recuerden que el propio Illa se despidió como ministro diciendo que no se arrepentía de nada). Y quienes capitanearon a priori las banderas del ‘sologripismo’ ahora denuncian y persiguen con celo inquisitorial y fe ciega a los que se salen del guion. Siguen reclamándose portavoces de la verdad científica. Pero ni un examen de conciencia, ni un error reconocido, cero reflexividad crítica, salvo las fórmulas banales de autojustificación ("no todo lo habremos hecho bien", "en algo habremos fallado"…) con las que retroalimentar la propia soberbia. Es, por decirlo con palabras de Allan Bloom, la demolición del espíritu socrático hecha con un disfraz socrático.

No se han reconocido errores y, en consecuencia, nada hemos aprendido

Con lo cual es imposible detectar y en su caso corregir (o disculpar) los posibles errores: si los problemas fueron de información o de interpretación de la misma; si hubo equivocaciones o engaño deliberado; o si, como también es posible, se antepusieron a la salud pública otros intereses. Ellos lo saben, no cabe duda, pero no van a reconocerlo. Y ninguna comisión va a analizarlo.

"Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor", escribía Samuel Beckett en ‘Rumbo a peor’. Pero para eso hay que aprender. Nosotros llevamos camino de fracasar igual que siempre, a peor o a ninguna parte, qué más da, sin rumbo conocido.

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