El elefante de Guadalaviar

'El elefante de Guadalaviar'
'El elefante de Guadalaviar'
Heraldo

Hace años, en un seminario sobre métodos de investigación en ciencias sociales, un ponente nos contó el cuento de los ciegos y el elefante. Recurrió a esa fábula india para debatir sobre la observación científica y la validez de los resultados. Desde entonces utilizo ese argumento para explicar algunos problemas de la investigación científica, entre otros cómo acotar el campo de observación de lo real, de eso que llamamos realidad. La ventaja de este cuento es que con palabras sencillas se comprenden intuitivamente las limitaciones del conocimiento humano y, por extensión, las del conocimiento científico.

Existen diversas versiones. En unos casos comienza con una petición al Buda para que dirima una disputa entre eruditos sobre la finitud y eternidad del mundo. En otros se interroga sobre cómo distinguir quién es más sabio. En todos, el núcleo de la historia se centra en unos ciegos que deben describir un elefante. Cada uno se aproxima al paquidermo, analiza la parte que le corresponde y explica ‘lo que ve’. Aunque en sentido estricto, ver no ven, pues son ciegos, pero cada uno experimenta su particular percepción que le permite describir después eso que palpa y siente. De ese modo, se producen considerables diferencias. Como es obvio, no son lo mismo el colmillo, la trompa, una oreja, una pata, el lomo o el rabo. Por muy acertadas que sean las conclusiones particulares, no tienen una percepción / ‘visión’ global. En la narración, se realzan la diferencia de perspectivas y las limitaciones de los observadores.

Alguien podrá decir que si no estuvieran ciegos sería más sencillo. Pero ni por esas, pues también sabemos que ni vemos lo que no vemos, ni cuando vemos, vemos todo en su conjunto e incluso algunos sólo ven lo que quieren ver. Y así es, los seres humanos tenemos una aproximación limitada al trozo del mundo que vivimos. Sin embargo tenemos la posibilidad de intercambiar perspectivas y construir descripciones densas, ampliar la propia percepción, mejorar las interpretaciones en la conversación con otros.

En la polémica surgida por la tala de árboles en los Montes Universales se enfrentan perspectivas diferentes

Aprendemos de, con y por otros, a distancia y de forma directa. Aprendemos de la experiencia propia pero también de la ajena. El conocimiento se convierte en un quehacer compartido, intersubjetivo, que trasciende al individuo. Conocemos con y en el tiempo. En ese proceso, además, intervienen las tradiciones, los sueños, las fantasías, los intereses, los negocios… Conocemos tejiendo y puliendo perspectivas e interpretaciones. Éstas afectan a la vida en común, por eso, una moraleja del cuento es la necesidad permanente de la conversación, de la escucha para enriquecer la propia percepción y protegernos. Porque incluso, hay quien está dispuesto a matar con tal de conseguir el marfil de los colmillos.

‘Mutatis mutandis’, en la esquina atlántica de Aragón, en Guadalaviar tienen un elefante. Sirva la licencia para aplicar lo dicho antes a las talas ‘ordenadas’ en la gestión de los montes de esa zona. Desde hace meses, hay un conflicto de perspectivas que afecta a la vida existente en el territorio. Unas vienen con marchamo institucional, otras con etiqueta científica, naturalista, otras sólo son de gente del lugar. Si la controversia no tuviera el impacto social que tiene, podría dejase en manos de los expertos en orejas o en rabos. Pero ante un asunto socialmente complejo, en un contexto vulnerable demográfica y económicamente, no es conveniente dar por buena una única interpretación.

Hay que pararse a hablar, a intercambiar puntos de vista sobre lo que está ocurriendo en una zona que, ambiental y demográficamente, es muy frágil

Por muy bien hecho y mejor planteado que sea el plan de limpieza del colmillo derecho o de otro que describa lo bien que se ha hecho la manicura al elefante, es necesario sentarse, hablar y escucharse. En esto no basta con una descripción ‘objetiva’ de un rodal del monte, de esas donde el observador dice no condicionar la descripción de sus observaciones, falta un paso más. Es necesario que esas observaciones revelen las propiedades del observador y sus amistades, sea el experto de turno que sea: ingeniero, ecólogo, munícipe o marciano venido del cielo. Como dice mi amigo Javier Martínez, "somos los pueblos de la zona cero de la despoblación, pero queremos dejar de ser los pueblos mudos […] toca parar, escuchar, aplicar un principio de prudencia y dejar a un lado los egos y orgullos corporativos".

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión