Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Jóvenes = ¿precariedad?

Futuro de jóvenes aragoneses lastrado por la pandemia
De izquierda a derecha las estudiantes de Turismo Catalina Royo, Marina Yagües y Celia Aguilar Amat junto a la responsable de Juventud y Movimientos sociales de UGT Aragón, Medea Gracia Hernández, en la sede de la federación de Servicios del sindicato.
Oliver Duch

La pandemia no es una guerra. No existirá, pues, una ‘generación coronavirus’. A diferencia de lo sucedido tras la guerra civil española o las dos contiendas mundiales del pasado siglo, no habrá una infancia marcada por el confinamiento cotidiano y la avalancha de muertos en los hospitales. A cambio, una de las herencias de la covid será el riesgo de una mayor precarización de las generaciones de jóvenes. Mucho más que hace un año, hoy se enfrentan a la amenaza de no alcanzar un nivel de vida semejante al de sus padres. Está averiado uno de los motores del vínculo de los ciudadanos con la democracia: el ascenso social.

No se trata de una tendencia nueva. Se viene arrastrando con especial virulencia desde la crisis de 2008 y la digitalización de los sistemas productivos. De hecho, es un fenómeno diagnosticado y denunciado por muchos analistas, desde Andrés Oppenheimer (‘¡Sálvese quien pueda!’) a Remedios Zafra (‘El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital’). Innumerables estudios han demostrado que los nuevos empleos que generen las tecnologías digitales no serán suficientes para compensar la destrucción masiva de oficios que ha de producirse en muy poco tiempo.

En este contexto, la covid ha traído dos novedades. La primera es que va a impulsar aún más la sustitución de empleados por máquinas. Aunque las empresas más automatizadas suelen ser más eficientes, las más intensivas en mano de obra se habían mantenido por inercia o porque tenían que amortizar la infraestructura anterior. La actual crisis rompe estas inercias. Además, las nuevas condiciones sanitarias aceleran la automatización porque, para reducir la transmisión del virus, las compañías tratan de poner sus productos en el mercado con menos empleados, tanto en fabricación como en almacenamiento, envío y transporte.

La segunda novedad que trae el coronavirus es que el capitalismo de plataformas se extiende de forma imparable. Son ya una multitud de jóvenes los que hacen de repartidores, transportistas de comercio digital y chóferes en todas las ciudades del mundo sin lograr con ello ni siquiera un sueldo digno. Son una legión de falsos autónomos que se autoexplotan sin seguro ni patrón. Se empobrecen ellos y empobrecen, con sus escuetas cotizaciones, los sistemas de pensiones y el Estado del bienestar.

A esta aceleración pandémica hay que sumar los datos que confirman que no se cumple el contrato intergeneracional por el cual cada generación deja a la siguiente un porvenir mejor que el propio, con nuevas herramientas y oportunidades. Muchos jóvenes están sufriendo en la actualidad una postergación sin precedentes en la historia reciente: no encuentran un empleo estable y dignamente remunerado acorde con su formación, no se pueden emancipar y ni siquiera tienen expectativas de hacerlo a medio plazo. Hoy son una legión de becarios, empleados temporales, interinos perpetuos, autónomos falsos o simplemente chicos que ni estudian ni trabajan. Cuatro de cada diez jóvenes están en paro en España.

Cuando los efectos sanitarios de la pandemia se superen, volverá a estar claro que el problema social más grave que tenemos es el de la falta de expectativas de los jóvenes. Ante sí tienen un nivel de paro demoledor (40,7%), un horizonte laboral incierto a causa de la robotización y la economía de plataformas, un sistema educativo con relevantes deficiencias, un mercado de vivienda hostil y un Estado que acumula una creciente deuda pública que pesa sobre sus hombros (el 117,1% del PIB, el máximo desde el año 1902).

Crece, pues, la fractura generacional entre los ‘instalados’ (trabajadores que han sobrevivido a las diferentes crisis laborales) y los ‘desinstalados’ (los jóvenes y también los mayores que se han ido quedando en el camino). Si no reaccionamos, la lucha generacional reemplazará a la lucha de clases. Michael Sandel, considerado unos de los filósofos más influyentes, lo plantea con crudeza: ¿Cómo garantizar que (los jóvenes) puedan encontrar un trabajo digno, mantener a su familia, contribuir a la comunidad y granjearse la estima social?

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