Gallináceas

En el último momento, por animarse, decidió interrumpir su largo retiro y acudir a una fiesta, en una casa de las afueras, de donde se fue a medianoche. Cuando regresó a su piso, tras un buen paseo, aún sentía el tenue efecto alucinógeno y relajante de la marihuana que había inhalado en forma de aerosol. Siempre diría que sucedió sin apenas darse cuenta y contraviniendo sus hábitos.

Se comió dos dónuts, hizo café y procedió a revisar el capítulo atascado en el que venía trabajando. Al cabo de un rato, mientras daba cuenta de otro dónut, tuvo una idea que le pareció brillante. Una idea aplicable, no solo al capítulo en cuestión, sino a toda su investigación. Dos intensas horas después, se fue a dormir con la certeza de que su tesis doctoral por fin había emprendido el vuelo alto y elegante del águila.

Al día siguiente, se despertó exultante. No en vano, ocho horas antes había sido capaz de poner en cuestión lo que Aldous Huxley plasmó en ‘Las puertas de la percepción’, o lo que William S. Burroughs afirmó sobre la estrechez de conciencia que producen las drogas, basándose ambos en sus propias experiencias. Frente a lo que sostenían dichos autores, creía que su caso acababa de demostrar que la ciencia sí podía beneficiarse de algunas concepciones ligeramente alteradas por el consumo de sustancias psicotrópicas. Sin embargo, poco duró tal convicción. Lo que tardó en ponerse a leer la media docena de páginas que había escrito esa noche, comprobando que ni siquiera alcanzaban el vuelo de la digna especie gallinácea a la que pertenecía y con la que convivía académicamente.