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  • Hipólito Gómez de las Roces Pinilla, expresidente de Aragón (1987-91)

Don Juan Carlos no todo lo hizo mal

Don Juan Carlos I cumple 75 años de edad tras pasar un año complicado para la Casa Real.
'Don Juan Carlos no todo lo hizo mal'
EFE

Comprendo, humanamente, las críticas, algunas casi feroces, que, desde hace algunos años, está recibiendo nuestro abdicado Monarca y mi personal reflexión sobre asunto tan delicado no me lleva a defenderle sobre lo que sea evidente que hizo mal, sino a sorprenderme de lo poco que se recuerda lo que sí que hizo bien. Sin afán polémico alguno, anticipo que, a mi juicio, fue uno de los mejores monarcas que tuvimos desde la Constitución de 1812, aunque inevitablemente también afectado por cosas en las que no debió incurrir en su vida cotidiana; de ahí a suponer que todo lo hizo mal media un abismo e impediría un balance justo. Pondré dos ejemplos capitales de su comportamiento como Rey: su posición promotora de la Constitución vigente y su oposición terminante al 23-F.

Nuestra Constitución fue impulsada por don Juan Carlos al inicio de su reinado y su empeño propició el éxito de aquella, superando el régimen anterior y facilitando que fueran ¡las Cortes de Franco! las que hicieran suya la Ley para la Reforma Política, que implicaba la extinción del régimen anterior y de aquellas Cortes de composición tan diferente a las que iban a nacer con la Carta Magna, que establecía un sistema democrático de partidos. ¿Es o no esa la verdad? Sí, así fue, nuestro rey Juan Carlos impulsó y defendió esta transición yendo, más que posiblemente, contra muchas de las recomendaciones que recibió y que no siguió por no ser democráticamente viables.

Pero nuestra democracia era joven todavía y el golpe del 23 de febrero de 1981 pudo haber modificado el curso de la historia. El Rey, en noche tan dramática, cumplió de forma admirable y ejemplar con sus obligaciones de Monarca. Se trataba de salvar a España y el régimen constitucional, que hubiéramos perdido sin la firmeza y celeridad que don Juan Carlos supo imprimir a sus iniciativas.

No son de olvidar las palabras que dirigió aquella ‘noche triste’ a todas las autoridades militares exigiéndoles disciplina. Por ejemplo, el capitán general de Valencia recibió el siguiente mensaje: "Cualquier golpe de Estado no podrá escudarse en el Rey, es contra el Rey". Y también: "Ordeno que retires todas las unidades que hayas movido", añadiendo esto: "Te ordeno que digas a Tejero que deponga inmediatamente su actitud". Y por fin: "Juro que ni abdicaré la Corona ni abandonaré España. Quien se subleve está dispuesto a provocar, y será responsable de ello, una nueva guerra civil". Este ultimátum pareció vencer la resistencia de Milans, porque apenas recibido el capitán general cursó a todos sus grupos tácticos la orden de regresar a los acuartelamientos. El Rey hizo así honor a cuanto su condición de Jefe del Estado y sus deberes constitucionales le exigían. ¿A alguien le pareció poco lo que hizo asumiendo por entero toda la responsabilidad? Desde aquí a donde ahora esté, ¡gracias, Majestad!

No me resisto a intercalar una nota personal al rememorar tan dramático episodio de nuestra historia reciente, que sigue vivo en mi memoria dado que lo viví en primera persona. Al restablecerse la autoridad del presidente del Congreso, Landelino Lavilla, me tocó ser de los primeros en abandonar el hemiciclo y lo hice tras dar la mano a Adolfo Suárez, al general Gutiérrez Mellado y al candidato Leopoldo Calvo-Sotelo. Pasaban de las nueve de la mañana y tuvimos que salir entre las dos filas de los asaltantes a derecha e izquierda, tras intentar otras salidas, pero todas estaban guardadas para imponernos aquella ‘delicadeza’. Eso sí, tuve ocasión de abrazar al entonces director general de la Benemérita, al que hacía poco que había conocido en Logroño en un acto en el que le impuso a mi hermano Gabriel, capitán de la Guardia Civil, la Cruz de Plata de la Benemérita, que bien la supo merecer a lo largo de su carrera.

No podemos olvidar que fue el rey Juan Carlos quien impulsó la transición de la
dictadura a la democracia y quien defendió la Constitución en la noche del 23-F

Al salir, al fin, y tras abrazarme con mis hermanos Gabriel y Pachu que allí me aguardaban, los tres muy emocionados, se nos acercó un periodista diciéndonos si podría hacerme unas preguntas sobre lo que yo pensaba de la Guardia Civil para un periódico británico. Noté que Gabriel se inquietaba por semejante sugerencia, pero creo que acerté en la respuesta. Dije, sencillamente, esto: "Pienso que esta noche pasada y ahora mismo, centenares de guardias civiles estaban y están cumpliendo sus deberes de ordenanza, ¿qué más les podríamos exigir?". Aquel periodista me dio las gracias y desistió de hacer más preguntas.

Pocos días más tarde del 23-F, tuve un inolvidable cambio de impresiones con el entonces capitán general de Aragón y buen amigo; me refiero al general Elícegui. Aquella reunión particular sirvió para contarnos lo que fuera viable de lo que, a uno y a otro, nos sucedió o sufrimos en aquellas dramáticas dieciocho horas. Me explicó el general que aquella noche recibió una llamada del Rey y que su contestación a tal llamada fue esta: "Majestad, ¿qué debo hacer?". La respuesta de don Juan Carlos fue categórica: "Sigue cumpliendo tus deberes cotidianos y si alguien te llamara invocando supuestas órdenes mías, no hagas nada sin hablar otra vez conmigo". Y eso fue lo que hizo aquel entrañable amigo: cumplir sus obligaciones sin excepción y según ordenanza.

Todas, unas y otras cosas, pero las puramente políticas como la Constitución y el fallido golpe del 23-F fueron decisivas para el porvenir democrático de España y en gran medida se debieron a don Juan Carlos, que tuvo que hacerlo, en aquella singular ocasión, sin esperar el preceptivo refrendo de un miembro del Gobierno (artículo 64 de la Constitución), porque todos estaban detenidos, o sea, asumiendo él solo toda la responsabilidad de sus actos. Esa grandeza de espíritu, ¿puede desconocerse ahora?

Y no estuvo solo. Doña Sofía, gran Reina y señora siempre, hizo gala, antes y después de aquella noche, de su ejemplar comportamiento. Nuestro Rey actual, Felipe VI, se comporta en su difícil papel de Monarca e hijo de don Juan Carlos con parecida firmeza.

Y, en fin y a la postre, me duele que no se recuerden tampoco las palabras evangélicas de Jesucristo en el pasaje de la mujer adúltera pidiendo que aquel de sus acusadores que estuviera libre de culpa tirase la primera piedra. Nadie lo hizo, claro.

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