Por
  • Raúl C. Mainar Jaime

La pandemia y las colonias de gatos

Una de las colonias de gatos de la capital aragonesa.
'La pandemia y las colonias de gatos'
HA

La pandemia nos demuestra que somos tan vulnerables a las enfermedades como cualquier otra especie animal. Ser ‘Homo sapiens’ no nos diferencia en cuanto a sufrirlas, pero sí con respecto a defendernos de ellas. En nuestro caso, no solo es el sistema inmunológico el que aprende, también aprendemos observando lo que ocurre, buscando explicaciones y validándolas con experimentación. Es el método científico. Y es que ser científicos es, con la cultura, lo que nos diferencia del resto de los animales.

Ahora sabemos que la mayoría de las enfermedades que sufrimos tienen que ver con nuestra interacción con los animales, principalmente con los domésticos. Y es que hemos interactuado con los animales desde el mismo momento en que dejamos de ser uno de ellos. Así, el hacernos carnívoros ya nos puso en riesgo, pues del consumo de carne obtuvimos, además de un mayor cerebro, infecciones como la triquinosis o el temido ántrax. La domesticación animal nos trajo posteriormente otras enfermedades, algunas consideradas ahora exclusivamente humanas (la úlcera gástrica o la tosferina) y otras todavía compartidas con ellos (tuberculosis).

El origen del SARS-CoV-2 podría sugerirnos que serán los animales silvestres los principales responsables de la aparición de las nuevas enfermedades del futuro, pero sería un gran error tal afirmación. Los animales domésticos seguirán teniendo su cupo. Recordemos si no la enfermedad de las vacas locas en el Reino Unido a finales del siglo XX, los brotes de E. coli en Alemania (2011) o de listeriosis en España (2019), o las resistencias a los antibióticos que están provocando miles de muertes anuales. Estos problemas están asociados con factores como las nuevas prácticas ganaderas, los cambios en los hábitos de consumo y comportamiento humano, el uso excesivo de antibióticos, la globalización, etc.

Las colonias urbanas de gatos podrían suponer un riesgo sanitario para las personas cuya incidencia conviene evaluar de manera objetiva para poder actuar en consecuencia

La aparición de enfermedades también podría relacionarse con las nuevas interacciones que desarrollamos con los animales de compañía, como podría ser el caso de las colonias de gatos en nuestras ciudades. Se puede entender nuestra obligación de proveer a estos animales abandonados de un ambiente de bienestar, pero aceptando este tipo de gestión podemos estar contribuyendo al asilvestramiento de una especie ya doméstica. Así, podríamos estar revirtiendo el proceso de domesticación animal, con las consecuencias sanitarias que eso puede conllevar, pues la domesticación siempre ha venido asociada con un mayor control de las enfermedades animales.

Sabemos que los gatos pueden ser portadores de más de 50 patógenos transmisibles a las personas. Su saliva, orina y heces, junto con los arañazos, pueden actuar como medios para su transmisión. La toxoplasmosis, pasteurelosis, salmonelosis, toxocariasis, la enfermedad del arañazo del gato o incluso de las molestas pulgas son ejemplos bien conocidos. Todas ellas pueden ser graves si alcanzan a la población más sensible (mujeres embarazadas, individuos inmunocomprometidos, ancianos, etc.). Más desconcertantes son las enfermedades que empezamos a conocer. Por ejemplo, recientemente se ha detectado la leishmaniosis en gatos y todavía desconocemos el papel que estos podrían tener en su transmisión a las personas. El gato es también una de las especies animales más sensibles a la infección por SARS-CoV-2. Se ha descrito su transmisión de personas a gatos, pero no hay todavía evidencias de que pueda propagarse en sentido contrario, aunque esto igual es simplemente por la dificultad de encontrarlas. Quizás habría que preguntarse si las colonias de gatos no se pueden convertir en futuros reservorios de este virus.

La interacción con los animales nos pone en riesgo, y especialmente cuando esta se realiza con animales no controlados sanitariamente, lo que puede estar ocurriendo en muchas colonias urbanas de gatos. Mantener un adecuado estatus sanitario de estas colonias es complicado y costoso, y no todos los ayuntamientos puedan permitírselo. El bienestar animal, visto de esta manera, podría oponerse a la seguridad sanitaria a la que todo ciudadano tiene derecho, además de poner en riesgo a nuestras propias mascotas. No es cuestión de ser alarmistas, pero creo que los ciudadanos deberíamos ser conocedores de los posibles riesgos sanitarios asociados con esta nueva política de bienestar animal. Hoy en día tenemos métodos científicos para valorarlos de una manera objetiva y, en función de los resultados, tomar una decisión informada. Las autoridades correspondientes deberían ponerse a ello.

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