Por
  • Eva Cosculluela

Ditirambos

Opinión
'Ditirambos'
Pixabay

Buscando referencias a un libro publicado hace unos años, una obra menor de un escritor, encontré una crítica con elogios hiperbólicos y desmesurados: era prodigioso, magistral, lo mejor que se había escrito en los últimos tiempos. Después busqué si el crítico había reseñado la nueva obra del autor, esta de más entidad, para ver qué se podía decir de un libro que era bastante mejor que aquel tan ensalzado, pero no tuve suerte: quizás el nuevo libro lo había dejado sin palabras.

Elogiar en exceso un libro lo perjudica. Si lees que es una obra maestra, lo mejor de una generación, esperas encontrar algo fuera de lo común. Si eso no sucede, viene la decepción (de la que el autor no tiene culpa, pues no es él quien puso el listón tan alto). Las obras maestras no suelen ser instantáneas: el tiempo es un filtro que pone a la literatura en su sitio.

Esto me hizo pensar en la disputa que mantenían Hemingway y Faulkner sobre el lenguaje. Al contrario de Faulkner, más ampuloso y barroco, Hemingway defendía una escritura limpia y natural. Decía que había palabras caras y baratas, y que un escritor tenía un presupuesto para escribir una novela: mejor usar palabras "viejas y simples" que no costaran mucho. Con los elogios en la crítica literaria ocurre lo mismo: deberían ser como ese dinero que nos ha costado mucho ganar y que debemos pensar bien en qué gastamos. Una cantidad limitada que no podemos dilapidar. Si no, cuando todo sean obras maestras, no sabremos qué hacer para destacar un buen libro.

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