Angela Merkel, en el parlamento alemán, este miércoles.
'Merkel'
HAYOUNG JEON

En su muy celebrado libro ‘Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en política’, Michael Ignatieff, el intelectual canadiense que se atrevió a dar el difícil paso de la academia a la política, explicaba cómo un líder tiene que ganarse el derecho a ser escuchado. Que no es un derecho en sí, sino un privilegio que te conceden los votantes después de salir a ganarlo, cara a cara, puerta a puerta, para que sientan que eres uno de ellos, que estás allí por sus intereses y no por los tuyos.

Si hay en el mundo una política que lo ha logrado esa es Angela Merkel, que dejará la cancillería alemana tras las elecciones de septiembre, a las que ha decidido no presentarse tras 16 intensísimos años en los que ha lidiado con la crisis financiera, la del euro, la de los refugiados y la provocada por el coronavirus. Tres lustros en los que ha atesorado el apoyo del 75% de los alemanes y la envidia de tantos europeos, a la que todos debemos agradecer su defensa a ultranza de la integración europea y el multilateralismo, frente a nacionalismos y populismos.

Merkel debutó subestimada en la cancillería y con el marco mental de que era una ‘Thatcher teutona’, que llegaba para socavar el Estado del bienestar. Pero, a la manera que teorizaba Ignatieff, con su gestión, crisis a crisis, se ha ganado ese derecho a ser escuchada hasta lograr ese envidiado 75% de apoyos.

La líder alemana dejará este
año la cancillería

Desde su gran sentido del deber –"sólida, honesta, intelectualmente rigurosa y amable por instinto (…) Si fuera alemán, le daría mi voto", escribe de ella Obama–, ha tomado decisiones contrarias a sus intereses electorales si las consideraba necesarias. Sin duda, complejo fue acoger en 2015 a un millón de refugiados. Merkel lo defendió en sus dos vertientes, la humanitaria y la demográfica, aunque provocara el ascenso del voto de la ultraderecha hasta el 10%. Se mantuvo firme en sus objetivos, vetó acuerdos con ellos y hoy la ultraderecha alemana va a la baja.

Porque Merkel persevera y persevera si el fin merece la pena. Lo ha hecho de nuevo impulsando la creación de los fondos europeos para la recuperación, como la vía europea para que el continente pueda remontar tras la pandemia, y ha llevado más allá de sus fronteras su vocación integradora.

Hace unos días, la escritora germano-francesa Géraldine Schwarz, autora de ‘Los amnésicos’, un ensayo clarificador para saber dónde hunde sus raíces la Alemania de hoy y, de paso, varios de los problemas comunes de Europa, señalaba en ‘El país’ cómo Merkel ha dejado una profunda huella en su sociedad y cómo los votantes, tanto de derechas como de izquierdas, se reconocen en los valores y el tipo de sociedad que defiende. Un centralismo inclusivo, con un liderazgo moralmente irreprochable, desde el que ha podido pedir a sus gobernados que fueran responsables y generosos. También, evolucionando en sus posiciones (muy claro en su giro medioambientalista tras el desastre de Fukushima), que los alemanes han hecho suyas. Pero sobre todo, dando ejemplo y cediendo todo el protagonismo a su función, como se visualiza en la austeridad que exhibe. "Es un liderazgo –escribe Schwarz– que facilita que me dedique a mis asuntos, y me invita a ayudar a construir entre todos una sociedad mejor, inclusiva, responsable y respetuosa".

Su legado es ejemplar,
hecho de centralidad, integración, rigor, exigencia, servicio público…
y moralmente irreprochable

Si como dice Ignatieff los votantes odian los privilegios, con Merkel hemos comprobado que no todo está perdido. Que hay gobernantes entregados al servicio de los gobernados y que son capaces, con su ejemplar desempeño, de devolver la confianza en la democracia representativa, frente al fracaso que traen los populismos.

En otras páginas del periódico nos encontraremos con las explicaciones de Bárcenas y los sobres, la insólita niñera de Iglesias (así cualquiera está a la última en series) o con la oportunista gestión de la pandemia. Un año en el que, en vez de tener tres o cuatro casos, como mucho, que decía Simón, hemos alcanzado los 60.000 muertos oficiales por coronavirus y casi tres millones de contagiados, en medio de una campaña de vacunación, como poco, desordenada. Quizá fuera arduo hacerlo mejor, pero sí pudo hacerse con más humildad, sin usarlo como vehículo de propaganda, y ganarse ese saludable derecho a ser escuchado. Merkel lo ha hecho.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión