Director de HERALDO DE ARAGÓN

Un baño de realidad

La pandemia nos obliga a hacer equilibrios sobre la incertidumbre.
La pandemia nos obliga a hacer equilibrios sobre la incertidumbre.
POL

Vivimos en el alambre. Inmersos en un funambulismo político que nos asoma al abismo o, cuando menos, a la incertidumbre. Convivimos en un equilibrio inestable que ha convertido la rutina en una evidencia inconclusa. La pandemia ha concedido a la duda naturaleza de condición necesaria, pero tan alto número de interrogantes, además de asfixiantes, amenazan con la parálisis. Ahora sabemos que las elecciones catalanas se celebrarán el domingo 14 de febrero, aunque en un inusual quiebro, estos comicios quedaron a la espera de conocer la resolución del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC), permitiendo que la posibilidad de la suspensión planease sobre una cita cuyos resultados abrirán la puerta a otro camino por descubrir. Es el signo de un tiempo de horizontes difusos en el que las prioridades quedan ignoradas cuando un ministro de Sanidad está dispuesto a renunciar a su cargo en mitad de la crisis sanitaria para permitir un cambio político en Cataluña del que la encuesta del CIS es su principal valedor.

También balancea el alambre y se pierde el equilibrio cuando los planes que se nos prometieron se alteran o, sencillamente, se rompen por completo. Cuando se sabe que la Unión Europea se ha visto obligada a activar un mecanismo para controlar la exportación de las vacunas exigiendo así a las grandes farmacéuticas que suministren las dosis comprometidas. Todo un baño de realidad para la vieja Europa que en una incomprensible candidez se mostraba ajena a las inflexibles leyes del mercado. Un nítido reflejo de cómo gira este nuevo mundo en el que el mapa de Mercator que estudiamos en el colegio hace tiempo que fue abandonado permitiendo un descuadre de nuestra propia imagen; una Europa de respuestas siempre correctas y protectoras y que ahora debe mostrarse mucho más exigente cuando se atenta contra el derecho a la salud de los países miembros.

En esta crisis sanitaria y hospitalaria, convertida en una carrera que ha roto los puentes internacionales de la solidaridad que debería haber asegurado la Organización Mundial de la Salud (OMS), y donde los ciudadanos solo reclaman un mínimo de certidumbre para tolerar tanta decepción multiplicada y tanta curva que se debe doblegar, no estaría de más escuchar algún mensaje dispuesto a la anticipación. Porque desde el origen de la pandemia hemos viajado a rebufo, rectificando y adaptándonos velozmente a otros tantos discursos encontrados. De la simple gripe pasamos a las ucis abarrotadas, de la mascarilla opcional al toque de queda y de la recuperación de la nueva normalidad a una agotadora cuarta ola aquejada por un reproche colectivo. Es por todo esto por lo que resulta tan importante, casi imprescindible, que se hagan respetar los protocolos de vacunación y que desde los diferentes gobiernos no se ignoren o se tilden de cuestiones menores las irregularidades cometidas, porque, sencillamente, llevamos a la espalda demasiados meses de espera. El retraso de la vacunación, de cuyo primer pinchazo los medios de comunicación ofrecimos grandes fotografías en primera página y que el peso de la evidencia asegura que solo algo más del 0,50 por ciento de la población española ha recibido su segunda dosis, es la última consecuencia de una amarga gestión. La queja no está fijada en la lentitud o en la ineficacia, es, sencillamente, una cuestión de credibilidad.

miturbe@heraldo.es

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