Y ahora, ¿qué?

Comité de Seguimiento del Coronavirus
'Y ahora, ¿qué?'
Borja Puig de la Bellacasa

Hemos comenzado un año nuevo en el que se habían depositado muchas esperanzas, superar el terrible 2020 y recomenzar a acceder a una normalidad que nos ha sido arrebatada. Muchos pensaban que, casi por arte de magia, el pasado 31 de diciembre se llevaría consigo todas las miserias que hemos arrastrado durante el aciago año pasado. Pero, de momento, nada nos permite confirmar esta esperanza.

Si pensamos que en unas pocas semanas hemos visto ya una expansión brutal de la pandemia, hemos sufrido una tormenta de nieve y una ola de frío como no se ha visto en décadas, hemos asistido a un intento de golpe de Estado en el corazón del imperio y vemos cómo aquellos que nos llamaron a los países del sur pedigüeños, una vez más, ahora decretan detener en seco su actividad económica y confinan a sus ciudadanos, un escalofrío nos recorrerá la espalda a todos. Todo esto es mucho peor que lo que vivimos hace un año.

El comienzo del año 2021 no avala las expectativas que teníamos de recuperar la
normalidad

Lo grave no es solo que todo parezca empeorar. Lo trágico de la situación es que nadie sabe qué hacer para revertir esta situación. Ninguna autoridad mundial, ni política ni social ni económica, parece tener una idea clara de hacia dónde nos deberíamos encaminar. Los políticos, lo vemos todos los días en los noticiarios, tan pronto dicen blanco como negro, si ello les ayuda a exculparse o, mejor dicho, a responsabilizar al adversario. Los denominados expertos, y siento decirlo porque muchos lo hacen sin ningún interés personal, están proponiendo medidas que son prácticamente imposibles de aplicar. Vivimos del esfuerzo de nuestro trabajo y, sin este, la gran mayoría de los ciudadanos perdemos nuestro medio de vida. Un confinamiento drástico quizá fuera sanitariamente eficaz, pero hace mucho tiempo que además de eficacia se exige eficiencia. La diferencia entre ambos conceptos radica en el volumen de recursos empleados para la consecución de un fin. Matar moscas a cañonazos es eficaz, se mueren, pero no eficiente, pues lo destrozamos todo.

El resto de los responsables sociales, económicos, educativos y de otra índole están tan desorientados como los anteriores. Nadie sabe si los estudiantes, concepto que abarca desde los pocos años de edad de la educación maternal hasta los jóvenes universitarios, irán en las próximas semanas a las aulas o seguiremos con el actual nivel de improvisación, algo que, hay que recordar, comenzó el pasado mes de marzo. Un episodio como la tormenta Filomena y sus consecuencias han roto el traje de la educación por muchas costuras. La pandemia lo ha hecho con el sistema sanitario. El parón económico con el comercio, la hostelería y el turismo. Si se siguen tomando medidas para la próxima semana, sin pensar que luego vendrá otra, y otra, y otra… no sé qué más estructuras sociales vamos a derribar. Aunque, pensándolo mejor, quizá esta duda pueda resolverse si volvemos a ver las imágenes del Capitolio asaltado por una turba encabezada por un bisonte.

Nadie parece saber qué hay que hacer para superar las múltiples crisis que nos asedian

Nos estamos jugando mucho, es posible que todo lo que tenemos y nos ha costado mucho conseguir. Las vacunas, logradas en tiempo récord, han demostrado que cuando se ponen recursos y un objetivo común, las cosas se pueden hacer muchísimo más rápido que de habitual. Lo que no es de recibo es que cada organización establezca sus planes y programas, sanitarios y de recuperación económica, a su propio albur. En España lo vemos todos los días en el conflicto permanente entre Gobierno central y los autonómicos, pero en Europa es lo mismo entre los estados miembros (hasta ha habido países que han pretendido bloquear las ayudas), y en el centro del mundo, Estados Unidos, la división social es aterradora. Por una vez, aunque no consuele nada decirlo, ‘Spain is not different’.

Y falla además la coordinación entre instituciones

Sí, definitivamente sí. Nos lo estamos jugando todo a un peligroso juego del que solo podemos salir perdedores. Los ciudadanos podemos limpiar la nieve de la acera de nuestros portales, pero la de las autopistas excede nuestra capacidad. Que alguien piense en ello muy seriamente.

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