Las palabras importan

Opinión
'Las palabras importan'
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Hoy es el día de la ‘inauguración’. Así se conoce en Estados Unidos el acto de jura del cargo de presidente, que se realiza el 20 de enero. Desde 1825, la tradición marca que el presidente saliente reciba a su sucesor en la Casa Blanca, y que ambos viajen entonces hasta el Capitolio, donde está el Congreso, en cuya escalinata se celebra la ceremonia. De los 45 presidentes que ha habido en la historia de Estados Unidos, incluyendo a Trump, solo cuatro no han asistido a la jura del cargo de su sucesor. El último en hacerlo fue Martin Van Buren, en 1841. Precisamente, Van Buren era el heredero político de Andrew Jackson, el presidente por quien Donald Trump ha expresado más admiración. En Estados Unidos, ‘jacksoniano’ es casi sinónimo de ‘populista’. La no presencia no le sorprende a Joe Biden, es "una de las pocas cosas en las que ambos estamos de acuerdo". La historia de la violencia política en EE. UU. incluye una guerra de Secesión que dejó 600.000 fallecidos, cuatro presidentes y varios candidatos muertos a tiros, más de 3.000 linchamientos de negros, duelos mortales y varias bombas. Ahora bien, el país nunca se había enfrentado a la perspectiva de que fuera el presidente de su república –hoy ya expresidente– quien la alentara.

En ‘La ciudad de Dios’, Agustín de Hipona se preguntaba qué distingue al Estado de "una banda de ladrones a gran escala"; y su respuesta era el sentido de la justicia y del Derecho. Muchos siglos más tarde, la filósofa alemana Hannah Arendt se planteó cuestiones similares que, a la luz de los últimos acontecimientos, destacan por su enorme vigencia. Ella, al estudiar los regímenes totalitarios, observó justamente que su desprecio por la verdad fue lo que llevó a la destrucción de la esfera política. Destruyendo registros, datos y eliminando personas, el totalitarismo no simplemente mentía, sino que falseaba la realidad. Para ella el correcto funcionamiento de la democracia exige proteger la verdad de los hechos frente a la fuerza persuasiva de la falsedad y la intoxicación.

En la madrugada del jueves 6 de enero, como colofón a la ratificación de J. Biden como presidente, el capellán del Congreso dijo en la plegaria: "Estas tragedias nos han recordado que las palabras importan y que el poder de la vida y la muerte reside en la lengua". Como me suele decir una buena amiga, profesora de Lengua: "Las palabras nunca son inocentes". Van preñadas de connotaciones y sus significados cambian cuando cambia el contexto. Además, modelan los pensamientos y las conductas.

Recordemos ahora las palabras pronunciadas por D. Trump: elecciones amañadas; el voto por correo es un fraude colectivo; me han robado las elecciones; conspiración. Y todo ello amplificado por unos obedientes medios de extrema derecha que fomentaron las manifestaciones que se fueron montando bajo el lema ‘el robo’ por todo el país. Incluso después de que todo esto fuese refutado por jueces nombrados por los republicanos y autoridades electorales. Interesante, el juego de doble moral. En privado, los miembros de su partido se mostraban horrorizados, pero no le contradecían. Un destacado republicano declaró anónimamente a ‘The Washington Post’: "¿Qué tiene de malo seguirle la corriente durante unas cuantas semanas? Nadie piensa que los resultados vayan a cambiar". Pero él seguía: "Esperad la señal"; y llegó como siempre con un tuit: "Gran manifestación en D. C. el 6 de enero. ¡Vayan, será una locura!"; "va a ser un presidente ilegítimo"; "nunca nos rendiremos"; "vamos a detener el robo", le dijo a la multitud justo antes de que el Senado nombrara presidente a J. Biden. En nuestro país, el 7 de enero del 2020, el líder de Vox, Santiago Abascal, lanzó en el Congreso una consigna de largo alcance: "¡Gobierno ilegítimo!". Como bien señalaba Hannah Arendt: "Las mentiras resultan a menudo mucho más verosímiles, más atractivas para la razón, que la realidad, porque quien miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia espera o desea oír". Aun así, "en circunstancias normales, el mentiroso es derrotado por la realidad". Afortunadamente así ha sido. Ahora bien, no se sobrevive a la mentira solo con apartar al mentiroso del poder. Creo que se necesita una repluralización de los medios y un compromiso con la verdad como bien público. Pues esta junto con la libertad son la garantía de la democracia para perdurar.

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