Por
  • M.ª Pilar Benítez Marco

Tras la nieve

Opinión
'Tras la nieve'
Pixabay

Estos días de nieve y pandemia me han recordado mi niñez en Broto. El polvo blanco y helado de la nieve era el suelo que pisábamos durante gran parte del invierno. La escuela nunca cerró por este motivo, aunque, a veces, era difícil abrirse paso para llegar a ella. Es verdad que estábamos muy preparados. Los jerséis, bufandas, gorros y calcetines que tejían nuestras madres y abuelas hubieran hecho la competencia a los modernos forros polares o prendas térmicas. Los hogares y estufas de leña con olor a humo nunca se congelaban, siempre funcionaban. Incluso la vieja estufa de petróleo de la escuela, a la que tanto le costaba ponerse en marcha, tenía una ventaja: un agujerito en el que cabía la punta del bolígrafo, para que se calentara y escribiera. Lo que no logró la nieve, cerrar la escuela, lo consiguió una epidemia de tosferina. Supongo que tomaríamos medicamentos, si bien solo recuerdo que nos aconsejaron caminar por la montaña. No sé si sería acertada la indicación, pero se convirtió para algunos en un principio de vida.

Estos días de nieve y pandemia me han recordado el Pirineo, la tierra que a muchos y a muchas nos acunó, nos crio y que, desde hace meses, no podemos pisar por los confinamientos. Pero, sobre todo, me han recordado a las personas que nos acompañaron allí y que hicieron de las dificultades una lección de vida. Algunas, hace tiempo que no están. Otras nos han dejado durante la pandemia. Todas perviven tras la nieve con olor a humo y a silencio de tierra no pisada.

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