Diseñar y probar en apenas unos meses no una, sino varias vacunas contra una enfermedad desconocida ha sido una gran proeza científica, que aporta a la humanidad la esperanza de superar la crisis de la covid. Pero el mundo tiene ahora ante sí un reto aún más difícil, el de producir, distribuir y aplicar suficientes dosis de esas vacunas como para inmunizar a la población de todos los países, sean ricos o pobres. Solo entonces podrá darse por terminada la pandemia.

Entre los últimos compases de 2020 y los primeros de 2021 ha comenzado en muchos países, España incluida, la que va a ser la campaña de vacunación de mayor envergadura de la historia. Y la más decisiva. En Europa, se supone que la cobertura de la Unión va a garantizar un suministro equitativo y suficiente de dosis para todos los socios, pero ya se han escuchado críticas a la gestión de compras de la Comisión y, lo que puede ser más preocupante, se detectan cuellos de botella en la fabricación que retardarían el proceso. En esta tesitura, las autoridades europeas y las empresas farmacéuticas tienen que trabajar juntas para aumentar la capacidad de producción. Por otro lado, hay que tener en cuenta las palabras del secretario general de la ONU, António Guterres, que ayer criticó el «nacionalismo de las vacunas», una actitud que obstaculizaría la disponibilidad de la vacuna en los países más pobres. Es lógico que los gobiernos se ocupen con preferencia de atender las necesidades de sus ciudadanos, pero la advertencia de Guterres resulta oportuna, porque no podemos perder de vista que solo cuando la inmunización haya alcanzado a un porcentaje suficiente de la población mundial podrá darse por verdaderamente controlada la pandemia y se recuperarán la libertad de desplazamientos y la actividad económica habituales. Los organismos internacionales y los gobiernos tienen que cooperar para diseñar un plan ambicioso que extienda a todo el mundo los beneficios de las vacunas.