Muñeco de vudú

Opinión
'Muñeco de vudú'
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La mejora del nivel de vida de la clase media trajo consigo cuartos de estar algo más amplios y convites más opulentos. Entonces proliferaron las reuniones navideñas que rebasaban el tradicional núcleo familiar, cuyos componentes, por otra parte, cada vez eran menos, a medida que las proles numerosas se extinguían. Pronto, broma a broma, pero muy en serio, empezó a circular un discurso opuesto a dichas celebraciones, criticadas por concitar a personas que no se soportan.

En este sentido, por ser mujer y de edad provecta, la suegra ha venido siendo el blanco por excelencia de la discriminación peyorativa en el clan. Hoy, en cambio, ese lugar lo ocupa sobre todo el cuñado. En su condición de macho advenedizo, desubicado y azorado, de bufón sin gracia que hace lo que puede por congraciarse, el cuñado se ha convertido en el ejemplar más débil de la manada.

Pues bien, llegado el día en que, con el fin de controlar la pandemia, las reuniones a máscara quitada tendrían que limitarse a quienes conviven, ha emergido una milicia juramentada que ansía juntarse como sea con toda la parentela, cuñadía incluida. Por sorprendente que parezca, se trata de la misma gente que se lamenta en público y en privado de tener que aguantar al cuñado, cuando, en realidad, necesita estar junto a él para clavarle los alfileres del sarcasmo, como a un muñeco de vudú. Justo cuando se celebra el nacimiento de Jesús de Nazareth, destinado a sacrificarse para salvar a la Humanidad, el cuñado asume solidariamente su papel de mártir doméstico, de chivo expiatorio que exorciza los demonios familiares.

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