Opinión
'Navidad'
POL

Esta Navidad llega marcada por el virus de Wuhan. Desde que el ‘bicho’ se expandió por el planeta, nuestras rutinas no son las que eran. Se han transformado tanto que hemos dejado de celebrar fiestas y acontecimientos que parecían perennes e inamovibles. Pero ya hemos comprobado que no. Parece que nada resiste el embate de esta pandemia. Incluso estos días especiales del fin de año son distintos. Así, aprovechando la ocasión, algunos políticos con mando en plaza nos quieren borrar la Navidad del calendario. Supuestamente para vencer la expansión de los contagios, para doblar la curva de las estadísticas. A la chita callando, con el argumento de erradicar la enfermedad, nos van modificando usos y costumbres.

El mensaje profundo de la Navidad nos recuerda que hay una preferencia por los más débiles en la encarnación de lo divino en el mundo humano

De este modo, estamos experimentando la ruptura de hábitos. Son cambios de diverso calado. Una parte, coyunturales, pues responden a la urgencia del contagio y la ocupación de los hospitales. Otra llega con vocación de permanencia. Los primeros corresponden con lo que dejamos de hacer para evitar la muerte. Los segundos son esos que, de manera menos estruendosa, nos descubren cómo algunas cosas que dábamos por garantizadas pueden ser de otro modo. Por ejemplo, los ritmos y tiempos de trabajo, las formas de interacción social, la higiene y el valor del cuidado mutuo, la movilidad y los desplazamientos antes compulsivos, etcétera. Pero, además, también queda una porción menos perceptible que afecta a la dimensión moral de nuestra sociabilidad.

Moral, sí. De ‘mos, moris’, en latín costumbre, pero también de aquella ‘moral del Alcoyano’, que remite a esa condición del ánimo, personal y trabado socialmente, que nos lleva a sacar la ‘rasmia’ que llevamos dentro y creer en la utopía pese a la derrota. De esta manera, se nos podrán caer las seguridades sedimentadas con los años –porque un virus incontrolado nos obliga a adaptarnos a las nuevas condiciones de contorno–, pero con eso no está todo dicho. Queda la esperanza.

Esperanza, sí. Justo lo que la celebración de la Navidad ha sido y sigue siendo. Es un recuerdo anclado en la fundación del cristianismo y, por extensión, de Occidente. Pero también un aldabonazo a nuestra conciencia como lo fue aquel Nacimiento en la historia de la Humanidad. Algunos verán en esa memoria solo un cuento. Una leyenda comercial para manipular a crédulos e ingenuos. Sin embargo, desde esa memoria que nos quieren borrar cabe recordar con más coraje lo que significa. Frente a las Navidades de la sociedad de consumo, donde se exacerba el gasto y la compra de lo que sea, el nacimiento del Hijo de Dios es salir de la inercia del capital y de las lógicas del poder y del éxito.

Quienes participamos de ese credo celebramos algo más que un cumpleaños acompañado por las bondades de Santa Claus, Papá Noel o la tronca de Nadal. Las Navidades del consumo usan la excusa del regalo, de la generosidad que desplegamos al comprar para otros. Esas compras navideñas se hacen pensando en la familia y los seres queridos a quienes ensalzamos con un presente o comiendo y bebiendo juntos. Esas Navidades se llenaban del bullicio que ahora se cercena por el miedo al contagio. Justo ahí se dibuja el lugar adecuado para reconocer la oportunidad de este tiempo de miedos e incertidumbre.

Son fechas para pensar y debemos estar vigilantes para que no nos impongan la forma de creer o de vivir

Es muy similar a lo que el relato evangélico recuerda: el Señor vino al mundo lejos de los palacios y de las comodidades. Así, lo importante no es la cuna donde se nace, si no descubrir que hay una preferencia por los más débiles en la encarnación de lo divino en el mundo humano. Y con ese nacer en un pesebre se corrobora un proyecto y una propuesta vital: no hay que buscar a Dios en las alturas, está con nosotros. Nació para ser una referencia y para hacer el bien. Algo sencillo de decir y muy complicado de conseguir. Esta Navidad de 2020 nos ha de hacer pensar. Pensar para renacer desde el Espíritu y descubrir lo esencial de la propia vida. Hemos de seguir aprendiendo, abriendo la conciencia y mejorando el mundo que nos rodea. Hemos de estar vigilantes ante quienes quieren imponer y domesticar nuestras formas de creer y pensar, nuestro modo de vivir y morir, e incluso nuestro modo de amar. Es Navidad.

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