Por
  • José Tudela Aranda

La necesaria reforma territorial

Campos de Godos en Terue desde Google Earth
'La necesaria reforma territorial'
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La crisis provocada por la covid-19 ha puesto en evidencia muchas debilidades del Estado y ha sido especialmente elocuente en relación con la forma territorial. Una aclaración es precisa. Ello no significa que los problemas que la pandemia ha puesto de manifiesto estén provocados por el modelo territorial. Años de mal hacer político y administrativo han generado una erosión severa del funcionamiento del Estado. Se ha abandonado tanto una cultura del buen hacer como el camino de las reformas estructurales. Ello se ha proyectado también sobre el modelo territorial. Inevitablemente, las consecuencias se entrecruzan y retroalimentan.

España tiene que repensar y reorganizar su modelo territorial

Desde esta premisa general, y en primer lugar, se necesita un diagnostico concreto. Un diagnóstico que deberá vincularse a una reflexión sobre cuál es la asignación de competencias más correcta para la eficacia y mejor ejecución de las políticas públicas. En segundo lugar, hay que dejar de hablar de coordinación y relaciones intergubernamentales para pasar a la acción. En el terreno político y en el administrativo. Y es importante que se haga tanto entre el Estado y las Comunidades Autónomas como entre estas. En tercer lugar, hay que abordar la reforma del sistema de financiación, evitando su dependencia de la coyuntura política. No hay que ser iluso. El sistema nunca será perfecto. En todos los modelos descentralizados, la financiación es un continuo dolor de cabeza y los defectos y problemas que se denuncian, similares. Comenzar trabajando desde los principios de realismo, estabilidad y responsabilidad sería un ejercicio razonable. En cuarto lugar, es preciso generalizar una política de la transparencia y de la responsabilidad. Los ciudadanos deben saber qué hace cada administración y con qué medios. También hay que generalizar la asunción de responsabilidad por errores o, simplemente, mala gestión. La autonomía debe defenderse desde una gestión virtuosa. Hay que desdramatizar la responsabilidad. Los errores son normales, comunes a cualquier sistema político. Simplemente, se deben reconocer y rectificar y, en su caso, acompañarse de la correspondiente asunción de responsabilidades. En quinto lugar, las Comunidades Autónomas deben repensar su forma de ejercer el autogobierno. Es preciso que se dé preferencia a la calidad de la gestión y a la ejecución de verdaderas políticas públicas acordes con sus características que a excesos retóricos muchas veces traducidos en legislación innecesaria. En relación con ello, hay que dar más importancia a la Administración. Objetivamente se puede decir que uno de los fracasos de la España democrática es el modelo burocrático administrativo. No hay gobierno eficaz sin una Administración capaz. Los retos del buen gobierno son cada vez más complejos y, sin embargo, las administraciones son cada vez más débiles. En sexto y último lugar, hay que mirar a las entidades locales e integrarlas en la reordenación global del modelo territorial. Pensar el modelo territorial sin provincias y, especialmente, municipios ha sido un vicio de origen. En la sociedad contemporánea el rol de los municipios es cada vez más relevante. Una adecuada ordenación de las políticas públicas exige tomarlos en consideración para asignarles las correspondientes competencias.

Y tan importante o más que las reformas legislativas o constitucionales puede ser un indispensable cambio de cultura política que interiorice las exigencias de una relación federal

Una última idea. Nada será posible si no se modifican totalmente las pautas de comportamiento. En dos sentidos. Todos tienen que ser respetuosos con las exigencias del Estado de derecho y buena administración. Y todos tienen que ser coherentes con las exigencias de la cultura federal. Por supuesto, en su momento ello puede exigir la reforma de la Constitución. Pero creo que sería un grave error depositar en la reforma de las normas jurídicas todas nuestras esperanzas. Solo si cambia la cultura política y con ella el comportamiento de las élites, será posible intentar el éxito. Abandonar el sectarismo por la cultura del acuerdo. Recuperar el rigor y la capacidad como criterio de gestión. Asumir con naturalidad el respeto a las instituciones y al Estado de derecho. Son solo algunos de los sustentos de esa cultura. Y todo ello, presupuesto de la reforma territorial.

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