Sahara, una vergüenza enquistada

Saharauis en un acto de protesta en el paso fronterizo de Guerguerat.
Saharauis en un acto de protesta en el paso fronterizo de Guerguerat.
Liam Bachir / Efe

La solidaridad popular con la causa saharaui es tan tenaz como la resistencia de las decenas de miles de refugiados que siguen malviviendo lejos de sus casas o de las de sus mayores, en esa Hamada argelina que es un desierto particularmente inhóspito dentro de otro, del mayor del planeta. Aquella ha sido la cara salvable de una posición, la de España ante la descolonización atascada de un antiguo territorio suyo, que se caracteriza por el vergonzoso comportamiento de los gobiernos que se han sucedido tras la muerte de Franco. A todos les ha incomodado que el tema asome siquiera en la agenda política, como estos días, algo que sucede cada vez con menos frecuencia y también con menor eco.

Marruecos lo tiene todo de cara con su política de hechos consumados frente a la legalidad internacional, empezando por el indisimulado apoyo occidental, que incluye el del vecino del norte dispuesto a negociar a cambio de alejar pateras y hachís de sus costas. El Polisario no puede ceder mucho más, salvo renunciando a la causa que le dio origen. Y su anuncio de la vuelta a las armas, cuando se ven esas imágenes de unas tropas en las que conviven abuelos con nietos, mal formadas y peor armadas y uniformadas, inspira más bien patetismo. No hay ahora escenario en el reparto de fuerzas global en el que encaje una salida para aquellas gentes que fueron abandonadas a su suerte hace 45 años. Salvo el que se derivara de un arrebato de dignidad y firmeza por parte de quienes mandan en la antigua metrópoli. Muy improbable.

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