Buñuel y las vacunas

'Las Hurdes: Tierra sin pan' (1933), Luis Buñuel.
'Las Hurdes: Tierra sin pan' (1933), Luis Buñuel.
Heraldo

Ahora que vivimos días de una suerte de ‘carrera espacial’ por encontrar la vacuna con mayor eficiencia y distribución contra la covid-19, se ha despertado en parte de la población el gen caprichoso de no querer vacunarse por mieditis. Sin duda, uno de los vicios que dan fe de que nos hemos convertido en una sociedad acomodada. Cada vez que escucho argumentos de ciencia ficción contra las vacunas, me acuerdo de ‘Las Hurdes, tierra sin pan’. Este documental que grabó Luis Buñuel en esta comarca cacereña en 1933 (pueden verlo en YouTube), mostraba la vida terrible de las personas que allí vivían: falta de agua, una niña que encuentran abandonada en una calle y que arrastraba tres días de enfermedad hasta fallecer, un hombre sentado en la puerta de su casa temblando por la malaria o cómo a los niños les obligaban a comerse el chusco de pan que les daban en la escuela antes de llegar a casa para que no se lo quitaran sus padres, son solo algunos ejemplos de la bestialidad que retrató el cineasta calandino.

Pero no era una bestialidad ni una vida descarnada porque nosotros seamos mejores que ellos sino porque nosotros estamos educados, sanos y mucho más protegidos. Así, ni en nuestros peores sueños imaginamos lo que es una severa mortalidad infantil; un envejecimiento físicamente doloroso, corto y abandonado; o unas expectativas cada mañana y por el resto de nuestra vida que solo sean sobrevivir un día más y, si acaso, que lo hagan también nuestros hijos. Pero este bienestar, al que podemos encontrar fallas pero que nada tiene que ver con lo que vivieron esas gentes hace menos de 100 años, o con lo que viven cada día millones de personas por ejemplo en África, no es fruto de la casualidad sino de la ciencia y el dinero.

Nos ha tocado nacer en la cara amable del mundo y ello debería centrar nuestras preocupaciones en cuestiones más provechosas que el empecinamiento pijo de no vacunarnos porque una ególatra teoría de la conspiración dice que nos van a poner chips o que no son seguras, cuando miles de investigadores se desloman cada día por acabar con esta vida asocial y catatónica. En todo caso, sería más provechoso que esas horas de preocupación las gastáramos en pensar si la vacuna podrá llegar también a los países pobres y que la vida de todos valga lo mismo.

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