Un mérito involuntario

Opinión
'Un mérito involuntario'
Krisis'20

Sonrojan mucho dos planes de la Moncloa: menguar el estatus del español en la escuela e intentar un inquietante control gubernativo de los bulos.

No obstante la vergüenza que causan propósitos de esa especie, más sofoco aún produce un reciente discurso filoetarra que podría ser de Otegi, Ternera o Aizpurua, pero es de un execrable cura. Lo filmó Iñaki Arteta. Su núcleo conceptual es primario. Sin distinguir entre dictadura y democracia, dice que España no admite (sic) ni a catalanes ni a vascos, a quienes persiguió y persigue. Por eso ‘el pueblo’ aplaudía que se matase a un guardia civil: matarlo era luchar contra el opresor. De esa lucha justa nacía la alegría por que el muerto se llevase su merecido. Por eso es inexplicable llamar terrorismo a esa respuesta: no es terrorismo que un pueblo oprimido responda con violencia. No hubo otra forma de obrar y la gente –"la autóctona"– aplaudía que se matase a un guardia civil en defensa de un pueblo al que "no se le permite desarrollar su cultura". ¿De qué otra forma replicar a la opresión? En fin: el ‘miembro de ETA’ (nunca etarra) que no se arrepiente merece respeto y hay que hacer más pintadas en favor de los presos.

Toda la vida predicando en la diócesis de Bilbao con esas ideas en la mente y su obispo, que ya lo ha escondido en algún armario, se entera ahora de cómo piensa.

Sin embargo, Mikel Azpeitia, que así se llama este clérigo, no es una anomalía. Lo que dice no es insólito entre los de su pelaje. Muy al contrario, es un tipo característico del clero nacionalista vasco, en su versión moral y retóricamente más burda y descarnada. Si será común el caso que Aramburu lo puso en su novela y lo llamó Don Serapio, uno de los tipos más repulsivos del libro. Sujetos como este –pueden darse nombres y apellidos de párrocos, coadjutores y de capuchinos, franciscanos, jesuitas, informadores, encubridores o cómplices– asumieron la respuesta terrorista al franquismo y la han venido defendiendo desde 1975, a sabiendas de que ya no se trata de una lucha por la democracia, ni por el autogobierno –el fiscal es el más mollar y verdadero–, ni por la defensa del vascuence.

Entre el alegato de Bildu y el de curas tan simples y detestables como este no hay diferencia esencial. Ambos expresan bien el sentir de los etarras residuales que persisten en defender las muertes ajenas como ‘ejecuciones’ justicieras. No se arrepienten, no condenan.

Muertos aparte, esa interpretación histórica y política –resistencia al ‘fascismo’ y al capitalismo, confundidos aposta; la Transición como argucia vil; y, en 1978, la estafa disfrazada de Constitución– es hoy tesis de Pablo Iglesias, más ultrancista de lo que se permite aparentar el solapado Urkullu.

Desde luego que hay curas vascos de otra clase, pero han cundido muy poco. Si alzaban la voz, como el inolvidable don Antonio Beristain –el jesuita padre de la victimología jurídica-, su capcioso obispo le prohibía predicar en la parroquia donde celebraba misa los domingos. Eso sí es censura de la de toda la vida: el obispo nacionalista prohíbe usar el púlpito a un sacerdote de renombre internacional; y el consejo presbiteral fingiendo que no se enteraba. Chitón.

San Sabino

Estos dos géneros –más propiamente, especies– de predicadores, los batasunos y los de ikurriña por estola, participan de un mismo texto santo. Muchos de ellos lo ignoran, por su deficiente instrucción y acaso un día les ocurrirá como a Monsieur Jourdain, maravillado al saber que hablaba en prosa sin haberla estudiado. No saben de quién vienen, o lo fingen. Los Donserapios dicen que del Evangelio; los Terneros, que de Marx. Pero su mesías común es Sabino Arana, alma de pedernal, definidor de insanos dogmas y axiomas que los han tiznado a todos: "Los españoles nos aborrecen a muerte. Nosotros odiamos a España con toda nuestra alma. El contacto con los españoles impide al vasco la perfección grata a Dios. Bizkaya, dependiente de España, no puede dirigirse a Dios, no puede ser católica en la práctica. España nos está carcomiendo el cuerpo -por los matrimonios mixtos- y aniquilando el espíritu y aspira a nuestra muerte". Qué catecismo fétido.

Eso es lo que ocurría y ocurre. ¿La clase de patria resultante?: un Gibraltar vaticanista (Indalecio Prieto, bilbaíno del PSOE; Emilio Azarola, republicano tafallés, 1931); una república independiente, socialista y euskaldún, sin cuya llegada "la lucha armada será una necesidad" (Alternativa KAS, 1976-1978); para alcanzar la cual hay que "recuperar el análisis crítico y dinámico del materialismo dialéctico en la izquierda abertzale. La praxis revolucionaria ha de constituir el norte de la militancia. Hay que impulsar la teoría marxista vasca" (sic: ETA, 2010, ‘Txinaurriak gorria’, ‘Hormiga roja’).

Es decir, 1900, 1931, 1976, 2010. La época es poco determinante. La sustancia real ni fue, ni es, la lucha contra la dictadura. Salta a la vista de quien quiera mirar para ver.

El mérito del cura ese ha consistido en forzar a hablar en su contra al obispo y al lehendakari. Pero ha sido un mérito involuntario.

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