Democracia aburrida
Amenudo, damos por seguras cosas que solo cuando las perdemos o hay riesgo de ello, valoramos en su justa medida. Con la pandemia hemos pasado a añorar una cotidianeidad que creíamos natural. Cenar con los amigos, irnos de excursión o asistir a un concierto se han convertido en retazos de un pasado que echamos en falta. Con la democracia nos pasa lo mismo. La hemos interiorizado como algo habitual. Por eso, cuando la vemos en peligro nos asustamos. Incluso cuando esa amenaza se cierne sobre otros países, también nos preocupamos. Las recientes elecciones norteamericanas nos han producido ese tipo de sensaciones. Estados Unidos es una democracia con más de doscientos años de existencia, aunque la esclavitud o la restricción de los derechos civiles de una parte de su población durante buena parte de ese periodo son defectos enormes. Sin embargo, un presidente elegido hace cuatro años amenaza desde su posición las esencias del sistema democrático que lo eligió. Así que, ahora, nos sentimos aliviados al pensar que estará al frente una persona bien diferente. Amar la democracia es entenderla. La democracia es el gobierno de la mayoría y el respeto por los procedimientos. Ambos son inseparables. Confrontemos nuestras ideas, pero compartamos el aprecio por un sistema que vale mucho más que las ansias de poder de algunos, capaces por ellas de destruirla. Como concluimos una vez con mi amigo Ignacio Martínez de Pisón, lo que queremos es vivir en una democracia aburrida, sin sobresaltos, asentada y sólida, como si estuviéramos en Noruega.
Vicente Pinilla es catedrático de Historia Económica (Unizar)